La pechuga de pollo con tiritas de boniato. | Andrés Valente

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Hay filosofías y filósofos que dicen que para encontrar la felicidad es esencial saber estar contentos con lo que tenemos. Pues la semana pasada un amigo y yo fuimos de los más felices del centro de Palma, porque de los seis platos en un menú del día de 16 euros, cada uno fue un deleite… y con dos rebozados que valieron un 10. Había otra razón para sentirnos súper afortunados: estábamos en el comedor del restaurant del Brondo Urban Architect Hotel, una antigua mansión señorial convertida en un hotel boutique por dos arquitectos palmesanos. Simplemente estar sentado ahí admirando la elegante armonía arquitectónica de la gran sala rectangular con sus altísimos techos, que es el comedor, fue una delicia más.

Asimismo, fuimos para comer bien porque sé que el equipo en la cocina trabaja de maravilla y saca platos bien pensados y ejecutados… y la semana pasada se lucieron como nunca con cuatro platos y dos postres que sumaron una comida realmente memorable. Sin embargo, en el momento de dar la comanda había interrogantes bien grandes sobre dos de mis platos. El entrante fue calamares en tempura, una proposición peligrosa porque en restaurantes que no sean especializados en la cocina japonesa es dificilísimo encontrar un rebozado de tempura que sea auténtico: es decir, hecho con muy poca harina, mucha agua y quizás un poco de huevo batido.

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¿Cómo sería la tempura para estos calamares? Ligera y súper crujiente ¿o un rebozado blando y pastoso que no tiene nada que ver con una tempura japonesa? Pues era tan crocante, ligera y libre de aceite residual como las tempuras que hacen los cocineros japoneses. Pero… muchas veces con los platos rebozados hay un pero. En este caso fue que la anillas de calamar no estaban a la altura de la pasta de rebozar: no fueron muy blandos. El plato no valía un 10, pero el rebozado sí. Mi segundo plato fue un misterio. Según el menú era pollo frito al estilo Nueva Orleans y la camarera no llegó a aclarar el asunto. Pero tengo tanta fe en los cocineros de este restaurante que acepté el plato sin saber exactamente lo que era. Si hubiera sabido lo que es habría pedido otra cosa… y me hubiera perdido otro rebozado increíble y otro plato 10. Lo que sirvieron fue una pechuga de pollo cortada en dos, pero unida en la parte estrecha.

El tataki de salmón sacó la máxima puntuación.

Nunca pido pechuga de pollo porque al tener poquísima grasa intercelular casi siempre sale seca y sin sabor. Pero esta fue una de las excepciones: la pechuga, protegida por su rebozado, resultó muy jugosa y sabrosa, con toques de especias sureñas dignas de Nueva Orleans. El rebozado fue más contundente, pero ligero e ideal para este doble trozo de pechuga. Esta vez tanto la pechuga como el rebozado recibieron la máxima puntuación. Y unas tiritas de boniatos fritas a la perfección también sacaron un 10. Unos langostinos de carne tersa fueron excelentes y un tataki de salmón asado al mejor estilo minimalista japonés, también tocó las estrellas y sacó un 10. Es fácil estar feliz cuando todo sale así de maravilla.