Guillem Rosselló Bujosa | Pere Bota

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Luce una cuidada perilla de barítono y, según el tema de conversación, la mirada le centellea. Es un apasionado bajo control. Guillem Rosselló Bujosa (Bunyola, 1959) fue sacerdote y es escritor. Esta primavera ha llegado a las librerías "La casa de les escales" (Premi Mallorca de literatura juvenil) y el mes próximo lo hará una novela: "Causa 978 de 1936 contra Emili Darder, Batlle". La escritura como necesidad vital Juan Rulfo escribió "Pedro Páramo" porque se dio cuenta de que su biblioteca estaba incompleta. Algo parecido se atribuye al marqués de la Rochefoucauld, pues en una de sus máximas afirma que "los escritores son esas gentes que no tienen bastante con los libros que escriben los demás". Si nos fiáramos de la opinión de Rulfo y del cortesano amante de Madame de la Fayette, convendríamos que Guillem Rosselló Bujosa disponía de una librería casi vacía y que la obra de los demás no le satisface en absoluto. Naturalmente nos equivocaríamos. Pero lo digo porque el ritmo de su actividad literaria es elevadísimo. Entre 2007 y 2009 ha publicado cuatro novelas de temática juvenil -"El secreter de nacre" (Editorial Barcanova, 2007), "Els jardiners d'Alfàbia" (Pagès Editors, 2007), "Contraban de Tramuntana" (Tabarca Llibres, 2008)- y la última de ellas, "La casa de les escales" (Editorial Moll 2010), ganadora del Premi Mallorca 2009. Por si fuera poco, el próximo mes saldrá a la venta "Causa 978 de 1936 contra Emili Darder, Batlle", una novela sobre el último alcalde republicano de Palma, que reanuda su compromiso con la novela iniciado con "Flors per a na Teresa" (Columna, 1996). También ha publicado teatro, poesía, libro infantil y colabora asiduamente en Ultima Hora. La respuesta a una obra tan abundante la hallamos rastreando en Internet. En la web, concretamente la titulada "Galeria d'autors", en el apartado "Aspectes a destacar" se dice textualmente de Rosselló Bujosa: "No sap viure sense escriure". Lo suponíamos.
Le pregunto si para sorprenderse ha de ver un OVNI. Me responde:
Guillem Rosselló.- No necesariamente. La vida me depara sorpresas un día sí y el otro también. La gente me sorprende. Pero también me sorprenden los árboles, el sol...
Llorenç Capellà.- ¿En su caso, se basa la sorpresa en una percepción un tanto infantil de las cosas...?
G.R.- Puede que sí. Yo busco la armonía en la existencia.Y quede claro que la busco sin hacerme falsas ilusiones. Pero intento cultivar la paz conmigo y con los demás, porque, aunque sea ilógico, no es un bien que se nos dé gratuitamente. Más bien al revés...
L.C.- ¿Es un bien escaso...?
G.R.- Cualquiera de nosotros tiene enemigos, a veces sin buscárselos. Hay gente que sólo se siente feliz si origina conflictos. Yo prefiero sopesar los pros y los contras antes de pronunciarme sobre lo que sea. Soy juicioso, aunque tengo una gran capacidad de indignación. Me digo: si me indigno ante la injusticia es porque estoy vivo.
L.C.- Cierto.
G.R.- Hace unas semanas, en Seseña, cerca de Toledo, una menor asesinó a otra. Y un disparate de este tipo no me cabe en la cabeza. Me pregunto qué contravalores han convertido a una adolescente en una asesina. He leído que se muestra indiferente ante su crimen. O sea, que mata porque carece de valores. Es para echarse a temblar.
L.C.- En todo caso, la responsabilidad no es sólo suya, sino también de los adultos.
G.R.- Es evidente. Los monstruos somos nosotros. Los niños son un reflejo fidedigno de la sociedad. De modo que sus defectos o sus taras son los defectos y taras de los mayores. Ellos no inventan nada.
L.C.-...
G.R.- Volvemos a lo de siempre: la crisis de valores. Pero es que está ahí. La padecemos, no podemos obviarla. En un momento dado se prescindió de la ética cristiana y no se sustituyó por ninguna otra.
L.C.- Cada generación cuestiona los valores de la anterior.
G.R.-Y lo acepto. ¡Tiene que ser así...! Pero tengo la impresión de que los jóvenes actuales se hallan en medio de dos épocas y no saben muy bien qué camino tomar. Aunque la culpa no es de ellos, sino nuestra. Cuando salimos del franquismo borramos todos los valores tradicionales... ¡Como si pudiéramos reinventar la historia apretando un botón...! Nos faltó un poco de humildad. ¿Me explico...?
L.C.- Perfectamente.
G.R.- Entonces convendrá conmigo que, en nombre de la libertad, dejamos a nuestros hijos sin herencia moral. Al mío, de diez años, le alecciono constantemente sobre lo que está bien y lo que está mal. Y le razono el por qué. Luego están los modales, también en desuso. Si no aprendemos modales volvemos al mundo de los monos.
L.C.- Aznar dedicó una peineta a los universitarios de Oviedo.
G.R.- Estuvo en su línea, porque jamás ha dado la altura exigible a un hombre de Estado. Aunque Zapatero tampoco la da. Un político, sea cual sea su ideología, tiene que observar una actitud ejemplarizante porque muchos ciudadanos ajustan su comportamiento al de ellos. Lo de Aznar y la peineta... ¿Qué puedo decirle? Fue una salvajada.
L.C.- Me ha preocupado...
G.R.- ¿Por qué...?
L.C.- Porque si la sociedad se mira en los políticos, ya me dirá qué será de los mallorquines.
G.R.- Confiemos en que se imponga el sentido común. Pero no nos engañemos. Me ratifico en lo dicho: la sociedad copia el comportamiento de sus líderes. Fíjese, actualmente hay una importante corriente de opinión dispuesta a justificar todos los desmanes que se están denunciando.
L.C.-Y usted ¿Qué dice...?
G.R.- Lo tengo claro. Quien roba, a la cárcel. Y sin contemplaciones.
L.C.- ¿La novelística acabará por reflejar toda esta temática de chanchullos, robos y crisis?
G.R.- Segurísimo. Esperemos cinco años, tal vez diez, porque el escritor necesita un cierto distanciamiento de la realidad que narra. Pero esta época disparatada que nos ha tocado vivir dará novelas, espero que importantes. Tenga en cuenta que la literatura, en general, se nutre de la parte oculta de la persona. Al novelista no le interesa lo evidente, sino lo que no se ve.
L.C.- Entonces, será un enemigo declarado del psicólogo.
G.R.- No quiero darle una respuesta tajante, pero, claro, una persona sin secretos tiene muy poco interés. Siempre buscamos conocer la cara oculta de la luna. ¿No es cierto...?
L.C.- Lo es.
G.R.- El pensamiento es una bestia hechizante y maravillosa.
L.C.- Cuando usted empezó a escribir y miró hacia atrás ¿evocó represión o felicidad?
G.R.- Represión, no. ¿Felicidad...? A retazos. Trasladé al folio la añoranza que sentía por mi padre, por la gente que había conocido y ya no estaba, por la de mi infancia. Mi padre murió cuando yo tenía quince años. Y se llevó consigo todo mi mundo. Era leñador.
L.C.- Entonces usted, de niño, debía de verlo como un gigante.
G.R.- Le magnificaba, claro que sí. Pero lo que más me impresionaba no era su fuerza, sino su amor por los libros. En casa teníamos libros, cuando los había en muy pocas. Leía a Tolstoi, Balzac, Dostoievski... Y yo me parezco a él. Sobre los doce o trece años me daban las tantas leyendo. Mi madre se despertaba, en plena noche, y me regañaba porque aún tenía la luz encendida.
L.C.- Continúe con su infancia.
G.R.- Fui el quinto hermano de siete y, aún así, tuve mis grandes momentos de felicidad. Claro que aquel mundo no puede compararse con el actual, porque las necesidades eran mínimas. De niño no necesitaba dinero. Pasaba las horas de asueto correteando por las possessions del entorno. Casi todos mis amigos eran hijos de amo y nos perdíamos por Son Palouet, por l'Alqueria de Vall, por l'Alqueria Blanca... Nos hartábamos de la fruta de temporada antes que nadie. Y matábamos pájaros con la escopeta de balines. O sapos...
L.C.- ¿Y la crueldad...?
G.R.- ¿Para con los animales...? No la percibía. Incluso cuando evoco todo aquello me parece infinitamente bello. Es curioso, pero no tengo ningún sentimiento de culpa. Y es necesario tenerlo, porque en caso contrario acabamos por justificar cualquier salvajada. Incluso el lanzamiento de la bomba atómica.
L.C.- No se escandalice. Ya se justificó en su día.
G.R.- Es cierto. Se dijo que era un servicio a la democracia y una forma de evitar másvíctimas.
L.C.- Eso es.
G.R.- Y no podía ser así. Traspasar la frontera que separa el bien del mal es muy peligroso, porque se pierde la conciencia. Los fascismos, tanto los de derecha como los de izquierda, surgen por la falta de conciencia. Es cuando nacen los líderes vocingleros, ya me entiende... Mire, el mayor error que puede cometer el hombre es el de confundirse con Dios.
L.C.- Entonces sermonee a los futbolistas.
G.R.- No me diga que buscan suplantar a Dios...
L.C.- Pero los aficionados y la prensa más tonta les atribuyen cualidades divinas. A los Messi, Guti, Cristiano Ronaldo...
G.R.- La sociedad se siente vacía y se aferra a los valores que tiene. ¿Que el fútbol es uno de ellos...? Es posible. En realidad, la sociedad, está falta de gente honesta y sabia que le sirva de referente.
L.C.- ¿Deberemos reinventar o actualizar las ideologías?
G.R.- Es imprescindible. El materialismo no es un referente válido y es el único que tenemos. Yo abogo por impregnar la vida de sentido ideológico, sin que ello tenga que traducirse necesariamente en enfrentamientos que pongan en peligro la convivencia. Huyo de los fanáticos. En la adolescencia, la lectura me vacunó contra el fanatismo.
L.C.- Los libros de su padre...
G.R.- Poseía una biblioteca espléndida. Aunque no sé quién le inició en la lectura, porque no es una afición común entre los leñadores.
L.C.- ¿Cómo se las arreglaron a su muerte?
G.R.- Algunos de mis hermanos ya trabajaban y esto nos salvó de pasar penalidades. Pero vinieron tiempos difíciles, algo más tristes... Aún así, sería injusto si no le dijera que uno puede fortalecerse en la desgracia. El sufrimiento educa. Añorándolo aprendí de su ejemplo. De su capacidad de trabajo, de saber andar su propio camino sin hacer caso de las habladurías o de los malos consejos. Siempre hay gente que nos quiere mal.
L.C.- ¿A usted...?
G.R.- A mí y a cualquiera. Sobre todo si la vida nos sonríe. La condición humana es, a veces, excesivamente mezquina... La envidia es una de las taras más deleznables de la persona. Acabo de entregar a la Editorial Moll una novela sobre Emili Darder...
L.C.- Sí...
G.R.- Y estoy convencido de que la envidia fue una de las causas que provocaron su muerte. Las personas honestas como Darder avivan los instintos más bajos, porque hay mucha miseria moral en este mundo. Darder es médico, culto, solidario... Poseía un cúmulo de virtudes que no le permitían encajar en una sociedad mediocre.
L.C.- ¿Qué se ha propuesto, usted, en "Causa 1978 de 1936 contra Emili Darder, Batlle"...?
G.R.- Hablar de su tragedia humana, evitando toda referencia panfletaria a su ideología. Darder no puede ser tildado de radical... Y mucho menos de demagogo. Era tolerante, abierto al diálogo. No puedo dejar de recordarle cada vez que un político, para defender sus convicciones, descalifica las de los demás.
L.C.- Aunque usted haya escrito una novela y no una biografía ¿se enamora el biógrafo del biografiado?
G.R.- La influencia es innegable. Y reconozco que Darder me ha cambiado la forma de ver vida. Era tan honesto, tan limpio de corazón... Además, a través de él, he podido comprender la complejísima problemática de los años treinta.
L.C.- Cuando escribe ¿qué frena su pluma?
G.R.- Nada ni nadie. Escribo lo que quiero, sin ataduras. Hay lectores que me preguntan por qué aparqué la poesía. Pues porque busco un lenguaje poético que sea para la gente, les digo, no para los cuatro iniciados. Y mi libertad llega hasta ahí: silencio al poeta que llevo dentro hasta que encuentre el lenguaje adecuado. Le hago una confidencia: yo no podría vivir sin la literatura.
L.C.- Vale.
G.R.- Le digo la verdad. La profesión de escritor imprime carácter. No sabría relacionarme con el mundo desde una óptica diferente.
L.C.- ¿Un tanto cabreada?
G.R.- ¿La óptica...?
L.C.- Claro.
G.R.- No necesariamente. De manera excepcional, sí. Pero me inclino por una óptica humanizada. Será porque no soy masoca.
L.C.- Hay compañeros suyos que afirman que escribir es sufrir.
G.R.- Y que un libro es como un parto. No ¡qué va...! En todo caso, escribir es algo tan gozoso como hacer el amor.
L.C.- Pues enhorabuena. Porque usted los publica de dos en dos.
G.R.- Entonces olvídese de lo que le he dicho, no sea que despierte excesivas envidias. Digamos que canalizo mis inquietudes a través de la literatura. Disfruto comunicándome con la gente.
L.C.- Dígame: si estando en casa oye un disparo en la calle ¿se asoma a la ventana o pone el seguro de la puerta?
G.R.- ¡Me asomo a la ventana! Y de prisa. Aunque no haya sonado un tiro. Basta con que escuche un grito pidiendo ayuda.