Richard Schmitz, de 51 años, con una de sus hijas. | Ultima Hora

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En la noche del 23 al 24 de agosto de 1989 una familia alemana que residía en Ibiza fue salvajemente atacada en su casa. Los intrusos eran profesionales y durante horas sometieron al matrimonio y sus dos hijas pequeñas a un calvario inenarrable. Luego, estrangularon a los cuatro con hilos y alambres y enterraron los cuerpos destrozados bajo hormigón y cal. Esta es la crónica del peor crimen que se recuerda en Baleares: el cuádruple asesinato de Benimussa.

Richard Schmitz, de 51 años, y su esposa Beate Josefine Wener, de 41, era un matrimonio más entre los muchos que a finales de los ochenta habían elegido la isla pitïusa como residencia. Del hombre de negocios se sabía muy poco: que viajaba continuamente y que siempre estaba pendiente del teléfono. Su esposa trabajaba en una oficina de cambio de Sant Antoni y alquilaba apartamentos. Las cosas, económicamente hablando, les iban muy bien. Tenían dos hijas: Alexandra, de seis años, y Bianca, de cuatro. Eran, en apariencia, una familia modélica. Habían adquirido un elegante chalet en Can Barda, en la urbanización de Benimussa. Y al lado se estaban construyendo otro, aunque pocos sabían que se trataba de una obra ilegal, que el Ayuntamiento acababa de paralizar.

Richard, sin embargo, escondía un secreto que, a la postre, marcó el destino de su familia. Se dedicaba al narcotráfico a gran escala y era uno de los hombres del cartel de Medellín en Europa. Los siniestros hermanos Ochoa controlaban esa sanguinaria organización. Fabio, Jorge Luis y Juan David Ochoa Vásquez eran los socios de Pablo Escobar, el mayor narco de todos los tiempos. Y uno de los hombres más poderosos del mundo en aquella época. El cártel de Medellín era más potente que muchos países sudamericanos y hacía y deshacía a su antojo. Todo se compraba con dinero. O con plomo, que era más disuasorio.

Beate Josefine Wermer con una de sus hija, poco antes del crimen.

A mediados de julio la Polizei alemana interviene un alijo de 600 kilos de cocaína en Múnich. Es un duro golpe al narcotráfico. Y al cártel de Medellín, que controlan los hermanos Ochoa. Alguien se ha ido de la lengua y la organización ordena que lo pague caro. Será un aviso a navegantes, un mensaje de sangre. Algo así no puede volver a ocurrir. El 24 de agosto Beate no se presenta a trabajar, lo cual extraña a sus compañeros: es muy responsable y siempre llega la primera. No es propio de ella desaparecer sin avisar. Una amiga, inquieta, acude a la finca de la familia Schmitz-Wermer, pero nadie contesta al timbre. Los coches están fuera. La mujer tiene llave de la verja, pero alguien ha cambiado el candado. Buscan en una segunda casa de la familia, en otro municipio de la Isla, sin suerte.

El 26 de agosto, un matrimonio ibicenco, amigo de los alemanes, decide acudir al cuartel de la Guardia Civil para interponer una denuncia. La Benemérita acude al chalet de Can Barda y los agentes saltan una valla. Allí se encuentran con una docena de perros, que milagrosamente no les atacan. Están hambrientos y nerviosos, tras días sin ver a sus amos. Luego, los agentes se cuelan por una ventana y descubren que toda la casa está revuelta, con fotos de las niñas esparcidas por el suelo. Y las camas deshechas, algo que nunca haría la madre, que era muy meticulosa. De la familia, sin embargo, no hay ni rastro. Es como si se les hubiera tragado la tierra. De hecho, así ha sido. Pero eso, los investigadores todavía no lo saben.

Alexandra y Bianca, de seis y cuatro años.

Los funcionarios, extrañados, se desplazan a la obra colindante, la casa ilegal en la que trabaja una cuadrilla de obreros marroquíes. Uno de los guardias civiles repara en una especie de rampa realizada a toda prisa, de forma torpe. Al lado hay una amasadora y material de obra, que alguien ha dejado abandonado. Hay una grieta en el hormigón, sobre la que sobrevuela un enjambre de moscas. El hedor es insoportable. Los agentes, con una pica, empiezan a golpear aquella capa reciente y tras abrir un boquete de un palmo aparece una pierna de mujer: es Beate Josefine. Está cubierta con una sábana y en su cuello se enrolla un cable, con el que la han estrangulado.

Los investigadores, aguantándose las ganas de vomitar, y tapándose la nariz, siguen excavando. La siguiente en aparecer es Alexandra, la hermana mayor, de cuatro años. También han rodeado su cuello con alambra y ha sido terriblemente torturada. Richard y Bianca son rescatados poco después. Todos han sido estrangulados y los han cubierto con cal, para acelerar su descomposición. La escena es tan dantesca que el equipo policial queda en shock. Todavía, 35 años después, no han podido olvidar lo que vieron aquella mañana del 26 de agosto en Can Barda. El ensañamiento y la crueldad de los asesinos supera todos los límites. Es una dantesca carnicería. Este periódico tuvo acceso al sumario del caso, con las fotos de la inspección ocular, y en efecto se trata del peor asesinato múltiple registrado en la historia reciente de Baleares.

La investigación que se pone en marcha es frenética y los primeros sospechosos son los marroquíes que trabajaban en la obra ilegal, y que se habían marchado precipitadamente de la Isla coincidiendo con el cuádruple crimen. El chalet vuelve a ser registrado de forma minuciosa, en busca de alguna prueba que lleve a los asesinos. Todos los armarios están revueltos, como si los criminales buscaran algo en concreto. Y un dato llama poderosamente la atención de la Benemérita: hay joyas muy valiosas y dinero, pero no se lo han llevado. Tampoco un revólver de fogueo, con su munición. El robo no es el móvil. En el suelo, junto a una de las camas, aparecen dos mechones de pelo rubio, presumiblemente de las niñas torturadas. Todo apunta a que se ensañaron con ellas y obligaron a sus padres a mirar, para que confesaran algo.

Las puertas y ventanas no han sido forzadas, así que se barajan dos hipótesis: han sido sorprendidos en el exterior del chalet y les han obligado a entrar en la casa. O Richard, el cabeza de familia, el hombre que lleva una doble vida, conocía a los visitantes y les ha abierto la puerta. Nunca se sabrá. El círculo, mientras tanto, se cierra sobre Mostafá, Nordine y Hammadi, tres de los magrebíes que han huido, supuestamente porque su madre se ha puesto repentinamente enferma. Uno de ellos es interrogado y se interceptan unas cartas en las que hablan de una considerable cantidad de dinero, aunque un error en la traducción hace creer que la cantidad es mucho mayor.

La pista marroquí, con todo, acaba por difuminarse. Los agentes están en un callejón sin salida, hasta que el 26 de septiembre, un mes después del crimen, todo cambia de repente. Unas cartas remitidas desde Guipúzcoa a distintas comisarias de policía desvelan, con todo lujo de detalles y fotos, que Richard trabajaba «para el señor Ochoa», el jefe del cartel de Medellín. El mismísimo diablo, con permiso de Pablo Escobar. Hablan de dos supuestos asesinos profesionales: Bernd Sauter, 'el monstruo', y Detleu Jörg Retschkau, 'el boxeador'. Ambos viven en Marbella y practican boxeo y artes marciales juntos. Hay un tercer amigo, lllamado Rudolf Veith, que curiosamente tiene una novia en Guipúzcoa. La autoría de la carta, al fin, queda clara.

Y la información que contiene es clave. Richard lavaba cantidades industriales de dinero para la mafia colombiana, pero según su entorno «cometió un error». Nunca ha quedado claro si se trató de un chivatazo, que permitió coger el alijo de Múnich, o que se quedó parte de un cargamento de coca. Sea como fuere, fue sentenciado por el cártel de Medellín. Que no solo puso precio a su cabeza, sino que exigió que fuera una ejecución ejemplarizante. Un aviso a navegantes para que los futuros traidores tomaran nota del agónico final de Richard y su familia. La reconstrucción policial de los hechos llegó a aclarar hasta quién compró el candado con el que bloquearon la verja: fue un tal Thomas Gerloff, de la banda de Sauter. Sin embargo, casi 35 años después el peor de los crímenes cometidos nunca en Baleares sigue impune. Y los investigadores todavía recuerdan los rostros de las dos hermanas extraídas de la capa de cal viva. Y su mueca de horror.