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En sus despiadados interrogatorios el fiscal Miguel Ángel Subirán aullaba como un poseso, mientras se colocaba a escasos centímetros del acusado, bramándole al oído: «¡O cantas o te vas para arriba (a la cárcel)!». Luego se alejaba, recorriendo ansioso el despacho del juez, como un león enjaulado. El pequeño problema es que la mayoría de aterrorizados detenidos eran inocentes y no tenían nada que cantar. Sin embargo, encolerizado, acobardaba a sus víctimas hasta el extremo de que muchas rompían a llorar, impotentes ante aquel acusador implacable.

Una puesta en escena calculada al milímetro para intimidar, para infundir terror. Sólo le faltaba rasgarse la camisa, como Camarón, pero sin pizca de arte. «Se hacía el loco, para que todo fuera más teatral, pero en realidad era la maldad personificada, disfrutaba con lo que hacía con nosotros. Eso era sadismo», recuerda uno de los policías que lo sufrió. A unos metros del interrogatorio solía estar sentado en su mesa el juez Manuel Penalva, Manolo para los amigos, que simulaba contrarrestar con un poco de humanidad a su furioso colega: «Bueno, vamos a ver, si usted colabora todo será más sencillo», contemporizaba. Poli bueno, poli malo; nada nuevo bajo el sol.

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No estaban solos, el Grupo de Blanqueo de la Policía Nacional era su brazo armado. Actuaban al margen de la Jefatura -algo inaudito en cualquier comisaría de España- y solo rendían cuentas ante Penalva y Subirán. Una siniestra maquinaria que durante años actuó con total impunidad. En 1933, el entonces ministro del Interior, Hermann Göring, creó la Gestapo, la tenebrosa policía secreta de la Alemania nazi. Su principal arma era que cualquier ciudadano podía denunciar a un inocente. Y hundirlo para siempre contando de él mentiras monstruosas.

Primero perdían su reputación y después la libertad. Acababan con los bienes embargados y convertidos en apestados de la sociedad. Despedazados. Algo muy similar a lo que les ocurrió a los siete funcionarios municipales de Palma que hoy rompen su silencio para Ultima Hora, aunque con 90 años de diferencia. Que los afectados no notaron porque el tiempo, para ellos, se detuvo para siempre el mismo día de su detención.