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La semana pasada, Dubái (Emiratos Árabes, desierto, petróleo y camellos) se inundó por la cantidad de agua de lluvia que cayó del cielo. Los medios de comunicación mostraron las imágenes de un aeropuerto que parecía estar sumergido en el fondo del mar. Mi experiencia en países desérticos me permite confirmar que las lluvias en época de lluvias pueden ser torrenciales. Sin embargo, aquellas secuencias tenían algo diferente. En un primer momento pensé que alguien había escogido las imágenes más impactantes para llamar la atención. No tardaron en aparecer titulares que presentaban la noticia como un desastre consecuencia del cambio climático.

El cambio climático -tan manido por los políticos- se ha convertido en el origen de todos los males. Tuvimos que esperar unos días para descubrir que las inundaciones que ahogaron Dubái no habían sido consecuencia del cambio climático, sino de un programa gubernamental conocido como ‘Lluvia artificial’, que consistía en enviar drones que proyectan rayos láser a las nubes y producen cargas eléctricas que hacen que las nubes descarguen toda su agua sobre la tierra. Esta técnica de alta tecnología en fase experimental pretende evitar las grandes sequías ocasionando tormentas de lluvia y rebajando las temperaturas en los lugares más cálidos.

Curiosa combinación que poco o nada tiene que ver con la defensa del planeta. Esa defensa que promueven los mismos políticos que luego aprueban las guerras de las galaxias. Ahora sabemos que la lluvia de Dubái que produjo las inundaciones fue lluvia artificial, provocada por el ser humano. Eso sí, los políticos que la aprobaron sostienen que no fue intrusiva, que no contenía productos químicos y que no era contaminante. Lo siguiente será que un espejo refleje la luz del sol por las noches. Bienvenida la ecología artificial.