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Adiferencia de otros sectores culturales y artísticos, que llevan milenios atontados y sin enterarse de lo que vale un peine, los cineastas lo tienen claro. Primero, la taquilla, y luego lo que surja. No en vano el cinematógrafo, a la vez que inventaba las imágenes como sistema narrativo (basándose en las pinturas rupestres), inventó paralelamente la taquilla. Pero no sólo el concepto, sino la taquilla en sí, con su vistosa taquillera, rubia teñida a poder ser. Es decir, el dinero por adelantado. Todo el mundo tiene que pasar por taquilla, y haciendo cola. Y naturalmente, enseguida acuñaron también, como medida del interés y calidad de las películas, el término taquillero. Peli taquillera si es buena, veneno para la taquilla si no lo es. Eso es tenerlo claro, saber dónde reside el cogollo del arte. En la taquilla. Cierto que el teatro también tiene taquillas, pero no tanto, porque la historia nunca dijo que Shakespeare o Lope de Vega fuesen taquilleros. Y vaya si lo eran. Como Sófocles y Esquilo, que ya reventaban taquillas 400 o 500 años antes de Cristo con sus tragedias. Salvo que entonces no existía la taquilla como vara de medir. Una aportación cultural claramente cinematográfica. O es taquillero o no lo es. También hay músicos y cantantes taquilleros, aunque casi nunca se usa ese concepto con Mozart, por ejemplo, ni siquiera con Elvis. Se usan otros adjetivos más artísticos, más intelectuales. Menos precisos, en definitiva. Y aquí hay que decir que los escritores, y mira que lo intentan, jamás han conseguido ser taquilleros en el pleno sentido del término. Ni siquiera entienden el concepto, que les parece ofensivo. «Está usted hundiendo el mercado», le decía Voltaire a Diderot, enfrascado en escribir él solo la Enciclopedia, y gratis. Sin taquilla ni taquillera. Así les va a los escritores, antiguos o modernos. Y eso que en las últimas décadas, su afán taquillero les lleva a escribir novelas como si fueran pelis, para facilitar su adaptación al cine. Que es donde está la taquilla. Aun así, ni Kafka resulta bastante taquillero. Porque las taquillas son propias del arte cinematográfico, que es el que ha entendido el secreto. La magia del cine, dicen.