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Para muchos está claro que el discurso oficial de las autoridades y la realidad de lo que piensa la ciudadanía a menudo están en las antípodas. Se suele achacar a la falta de ‘calle’ de quienes viven de la política y están demasiado acostumbrados a pisar moquetas y a escuchar lisonjas. Sin embargo, parece que también hay un interés deliberado de las élites en ocultar ciertas realidades a las masas, quitando importancia o silenciando directamente según qué hechos, para no despertar pánico, odio o enfrentamientos. Por eso hay cosas que no se dicen, no se publican y se tachan de prejuicios en cuanto se mentan. En Francia andan preocupados y atemorizados porque la extrema violencia juvenil se ha convertido en algo «habitual» y con solo unos días de diferencia se ha producido el asesinato a patadas y golpes de un chaval de quince años a manos de cinco menores de edad cerca de París y la agresión bestial a Samara, de trece, por parte de otros tres jovencitos en Montpellier. La muchacha está en coma y su madre ha denunciado que el motivo del ataque es que la chica, musulmana, se viste a la europea y rechaza llevar velo o abaya. Sus agresores, de quince y catorce años, llevaban más de un año acosando a la niña con insultos como «infiel» o «puta» y publicando en redes sociales mensajes que animaban a violarla por su estilo de vida. El presidente Macron anuncia medidas urgentes para salvaguardar la seguridad de los estudiantes y proclama que la escuela debe ser «sagrada». Pero debemos preguntarnos hasta qué punto esto son incidentes escolares o responden a una sociedad quebrada en la que la religión ─-o el modo en el que algunos fanáticos la entienden- genera conflictos a día de hoy dificilísimos de controlar.