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Durante las protestas de agricultores y ganaderos que se metieron en las ciudades con sus tractores, llamó la atención el unánime apoyo de los ciudadanos, a pesar de cortar el tráfico y armar el mismo follón que organizan otros colectivos a los que como mínimo se les insulta. Me temo que el campo goza de un márketing fabuloso sin haber pagado un solo euro a las agencias publicitarias, por la sencilla razón de que la mayoría todavía tiene en su retina una imagen idílica, verde y encantadora, al más puro estilo abuelito de Heidi, sobre este sector. Las cifras dicen otra cosa y es que más del ochenta por ciento de la tierra europea está contaminada, lo que arrastra también a los acuíferos. Toneladas de fertilizantes químicos, pesticidas y toda clase de sustancias venenosas se vierten cada año sobre los cultivos, para garantizar las cosechas y que los frutos tengan buen aspecto, mientras los animales de granja son bombardeados desde que nacen con hormonas y antibióticos, igual que los peces de piscifactoría. Es más bonito pensar en el verde y los animalitos felices, pero eso pasó a la historia hace décadas.

Al mismo tiempo que se produjo ese giro se dispararon enfermedades crónicas, físicas y mentales, que de algún modo reflejan que comemos mierda. Por eso, la Unión Europea trata de sacar adelante una nueva normativa para regenerar la tierra, aunque solo abarcaría al veinte por ciento en una primera etapa. Pues ¿qué creen? Algo tan sensato e imprescindible se ha topado con el rechazo brutal de agricultores, ganaderos y partidos políticos de derecha y ultraderecha, que defienden lo que hace poco vi en una de esas manifestaciones de granjeros: «El campo, primero rentable, después sostenible».