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A día de hoy, el único actor político que todavía no ha entendido que el proyecto utilitarista de Sumar no era sino la encarnación de la voluntad de Pedro Sánchez de contar con una dócil muleta parlamentaria y, a la vez, destruir lo que pudiera quedar de Podemos, es Yolanda Díaz. Como sucede en la naturaleza, el último en percatarse de portar una hermosa cornamenta es el propio astado.

Le efervescencia en política dura lo mismo que en las bebidas gaseosas y, si no, que se lo pregunten a Ciudadanos, a Podemos, a Vox… Al final, el votante vuelve por donde solía, una vez que ha comprobado que aquellos que le prometían una forma distinta de hacer política acaban incurriendo en todos los vicios que critican a los demás, aderezados en muchas ocasiones de ridículos y meados fuera de tiesto.

Ni los Comuns, ni Compromís -¡ni siquiera Més per Mallorca!- se sienten ya vinculados al proyecto de la gallega, que no ha sido jamás profeta en su tierra y está a un paso de dejar de serlo fuera de ella, si es que alguna vez lo fue.

Solo el inefable Vicenç Vidal puede agradecerle a Díaz el haber alcanzado lo que jamás su partido habría conseguido proporcionarle, ser Senador. Pero, desde la dirección ‘ecosob’ mallorquina se ha manifestado ya que a las próximas elecciones europeas no se concurrirá en la lista de la vicepresidenta del Gobierno. Nadie quiere compartir cartel con un perdedor contumaz, con alguien a quien no le votan ni en su pueblo natal porque saben que, fuera de esa infumable retórica de la nada con sifón a que nos tiene acostumbrados Yolanda Díaz, no hay el más mínimo fundamento político, sino solo supervivencia personal. Ha de ser duro volver a los vaqueros de marca blanca cuando se ha presumido de vestir de alta costura. Comunismo y papel cuché es un oxímoron.

Por el camino, se acabará dejando sin cargo a toda una serie de políticos comunistas de medio pelo que, sin un Pablo Iglesias, una Irene Montero o una Yolanda Díaz tendrán que buscar trabajo, porque sus ideas hace décadas que caducaron y el intento de travestirlas ha fracasado. Una vez más.

Recuerdo como si fuera ayer una frase lapidaria de mi profesor de Derecho Político en la UIB allá en los lejanos años 80, don Francisco Astarloa: «Desconfíen de la gente maleducada». Ignoro la razón por la cual aquella sentencia quedó grabada en mi memoria para acudir a ella en las más diversas circunstancias de la vida, pero así fue.

La política española ha transitado de la crispación a la mala educación y eso ya se hace insoportable para el común de los ciudadanos. Sea quien sea que tenga la razón, el insulto personal, la falacia ‘ad hominem’, es un recurso propio de quien carece de argumentos y precisa destruir al adversario a quien no puede vencer dialécticamente. Personajes como Óscar Puente no aportan nada valioso a la política, y mucho menos a la convivencia. La vieja estrategia de Rodríguez Zapatero de mantener una tensión social permanente para intentar pescar en río revuelto es deleznable y dañina para cualquier país democrático. Se puede entender la manifestación de la discrepancia política en términos firmes, rotundos y hasta duros, si se prefiere. Pero, en la divergencia, seguiremos siendo conciudadanos, y ese es el principal valor a preservar.