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Ahora hasta las plataformas cinematográficas insisten con muy mala educación en preguntarnos si tal serie o película nos ha gustado, y cuánto, porque el mundo se ha convertido en una cuestión de gustos, y según tengo entendido, todo el universo digital está lleno de me gusta o no me gusta. Es abrumador el derroche tecnológico en torno al gusto, y la exigencia de que confesemos los nuestros para alimentar algoritmos. Algoritmos basado en gustos, naturalmente. ¿El triunfo del gusto? ¿La apoteosis del capricho? Para nada. Porque precisamente ahora casi todo lo que nos gusta (al menos a mí) está prohibido, es muy desaconsejable, resulta económicamente imposible, perjudica la salud o nos llega cargado de duros reproches morales, sociales, políticos y medioambientales. Reproches a su vez cargados de razón, desde luego, al ser la razón enemiga secular del gusto. Vergüenza me da tener todavía algún gusto, pues si en otro tiempo ya acostumbraban a darme bastantes disgustos, y a meterme en líos sumamente embarazosos, ahora rozan el delito, y me abocan al abismo del vicio, la depravación y el pecado. La pereza, por ejemplo, y el sedentarismo, unos gustazos cardenalicios que junto a la despreocupación y el fumar (el humo de un habano Romeo y Julieta es la diferencia entre el ser y la nada), además de atentar contra el planeta y sus habitantes, también pueden ser lesivas para mi salud mental. Y estoy hablando de mis gustos más inofensivos, porque qué decir de los muy irracionales en cuestión de comida y bebida, así como otras alegrías licenciosas que mejor me callo. Hay botellas de Lagavulin Double Matured que pasmarían a Epicuro, pero que tendría que redactar La comedia humana de Balzac para podérmelas permitir. La gran pregunta, madre de la filosofía, la metafísica y la ontología, es muy sencilla. ¿Por qué nos gusta todo lo que no nos debería gustar? Y encima, ahora los algoritmos no dejan de indagar nuestros gustos y exigir respuestas concretas. Con lo difícil que se ha puesto darse un gusto sin ponerse de inmediato fuera de la ley. En fin, que se me ha calentado la boca y voy a darme un gusto ya. Les recomiendo que si pueden, hagan lo mismo en su casa, en secreto.