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A menudo nuestras creencias se asientan sobre datos completamente obsoletos e ideas preconcebidas que quizá fueron ciertas hace décadas, o siglos, pero ya han dejado de serlo. Sin embargo, la mentalidad, el inconsciente colectivo, se aferra a aquello que considera inamovible. De ahí que sigamos pensando que Balears es una comunidad rica donde la gente vive bien y lo crean igualmente miles de personas que un día cogen sus cuatro cosas, las meten en una maleta y recorren distancias abismales para venir aquí a buscar trabajo. Lo encontrarán, porque de eso no falta, pero ¿a qué precio? Me dirán que soy una pesimista sin remedio, pero detrás de lo que digo están las cifras y esas nunca mienten. El dinamismo económico existe, y a eso se agarran los que mandan, que siempre quieren demostrar que lo están haciendo muy bien. Pero de las diecisiete comunidades autónomas, la nuestra ocupa el número doce. Y si nos fijamos en cómo han cambiado las cosas desde que las Islas están de moda, la conclusión no puede ser más deprimente. Hemos crecido como la espuma, cada vez vienen más turistas, se hacen más negocios, la población se duplica… y la riqueza se desploma. El siglo XXI está siendo desastroso para la población local. Si al cambiar de milenio estábamos en una envidiable posición en relación al nivel de vida europeo, ahora no podemos más que callar y llorar. Estamos en el puesto 110 del total de 234 regiones comunitarias, cuando veinte años atrás alcanzábamos la posición 46. Y eso sin hablar de la cantidad de regiones europeas que nadan en el fango. Si solo contáramos a la Europa próspera y desarrollada no quiero ni pensar en qué lugar nos colocarían. Así que toca cambiar el discurso de la euforia.