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Se supone que las tres potencias del alma (memoria, entendimiento y voluntad) ya nos vienen de fábrica al nacer. Las tres constituyen una única sustancia espiritual, ya que cada una está contenida en las otras y todas en cada una, ademas de distinguirse mediante sus relaciones mutuas. Las tres son igual de importantes. Sin embargo, parece que cada día que pasa la voluntad va perdiendo fuelle y la memoria se nos está espachurrando de manera vertiginosa. Lo cual es una gran pena. Sin voluntad se puede seguir viviendo. Yo misma lo he experimentado en diversas ocasiones aunque, desde luego, no es nada recomendable. Por lo que respecta a la memoria, sin ella la cosa está más complicada. En general nos ocurre que cuando tiene lugar algún hecho trascendental -o no tanto- nos decimos a nosotros mismos que nunca lo olvidaremos, puesto que de la experiencia hemos aprendido algo. Y luego, tras un tiempo prudencial, lo olvidamos por completo. Es como si nunca hubiera ocurrido. Y esto nos lleva al desastre, porque sin memoria tampoco hay vida posible. Estos días he estado pensando en el comportamiento de nuestros políticos en el Congreso. ¿Existe algo más despreciable y asqueroso? ¿Existe un espectáculo más deplorable y ruin? Difícil tarea encontrarlo. Los noticieros hablan de bronca, insultos y descalificaciones inadmisibles. Parece una pelea de individuos en un lodazal. Una ciénaga repugnante llena de seres muy ofendidos y, a la vez, muy sinvergüenzas. No deberíamos olvidarnos nunca de este panorama. Este estado de cosas tendría que venirnos inmediatamente a la cabeza en cuanto vuelva a haber elecciones. Tendríamos que tenerlo presente. ¿Es esta gente digna del voto de alguien? Yo diría que no. No hay uno solo que merezca ni la más mínima molestia por parte de los votantes. Lástima que nos falle la memoria. Se nos olvida. Como si nada. Y así no hay manera. Por si acaso, prometo no olvidarlo.