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Los periódicos digitales han adoptado la divertida costumbre de replicar pequeños vídeos extraídos de Tik Tok o de Instagram donde personas anónimas hacen o dicen cosas que llaman la atención. A mí me gustan los que destacan los choques culturales de gente de otros países. Uno que refleja muy bien los tiempos que vivimos lo firma una tal Brielle, joven norteamericana que tras superar su carrera universitaria –estudió Marketing– se enfrenta por primera vez al mundo laboral. Aún recuerdo muy bien aquel momento traumático de mi existencia, cuando se abre una brecha de la que ya nunca vas a salir. La pobre Brielle no logra reprimir las lágrimas al darse cuenta de que su jornada laboral –la estándar en Estados Unidos, de 9 a 17 horas– se come su vida entera, al sumar lo que tarda en ir y volver y las ocho horas que dedica al trabajo. En mis tiempos la jornada era de diez de la mañana a nueve de la noche, pero tenía dos horas largas para comer –en América comen un sándwich en veinte minutos o media hora– y las aprovechaba para irme a la playa de Cala Estancia con mi compañera. También iba y venía caminando hasta la oficina, de modo que dedicaba todo el día al curro. Pero, ay, entre Brielle y la Amaya de 23 años hay algunas diferencias muy notables. Hoy muchas chicas son un catálogo de productos de belleza andante. Las cejas pintadas, las pestañas postizas, las uñas de manicura semanal, el pelo teñido, planchado y con ondas. Y, por supuesto, maquilladísima. Así es difícil encontrar tiempo para algo más que no sea ponerte guapa. Nosotras íbamos –yo aún lo hago– recién duchadas, con el pelo mojado y al natural. Con el bronceado de aquel ratito de sol al mediodía nos bastaba para estar radiantes.