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Mientras la ministra de Trabajo inicia a velocidad de caballo su cruzada contra los horarios delirantes de la vida social española, sus colegas que dirigen Televisión Española programan el estreno de un nuevo concurso que aspiran a que sea popular a las once menos diez de la noche, otro bodrio lleno de momias que no tienen dónde caerse muertas. La pizpireta Anne Igartiburu lo anunciaba, rodeada por esa caterva de analfabetas chillonas que le han puesto por equipo en el espacio previo al Telediario de los fines de semana. Las once menos diez. Termina a la una y cuarto. Para un lunes laboral. Es peor lo del viernes, cuando ‘Maestros de la costura’ termina a las dos menos cuarto. Será que el sábado todo el mundo se levanta a la hora de comer o, sencillamente, no duerme lo suficiente. Cualquier majadería de este tipo sería incluso disculpable en un medio privado, donde prima la búsqueda esquizofrénica de la audiencia porque su única razón de ser es el negocio. Y de ahí que los contenidos sean de fétida cloaca. Pero, por dios, la tele pública la pago yo, la pagamos todos. Su plantilla está formada por funcionarios, con todos los privilegios que eso conlleva. Y lejos de ser un servicio público, informativo y educativo, se lanza en picado hacia las mismas idioteces de la televisión basura, e incluso ficha a algunos de sus personajes estrella más deleznables, esas brujas a las que mencionaba antes. Pobre Yolanda Díaz, se irá por donde ha venido sin conseguir nada de lo que pretende. Que no es otra cosa que europeizar España, esa misión imposible que ni siquiera logró Napoleón. Y como somos como somos, encima nos sentimos superorgullosos de haber perdido aquel tren histórico que no volverá a pasar.