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Cuando hace una semana el portavoz de Junts en el Senado tomó la palabra, soltó una fantástica frase que encierra una gran sabiduría y que resume, en sí misma, la esencia de la vida: «…y al que no le guste, que se aguante». Soberbio, estuvo. Me di cuenta en seguida de que este hombre es todo un sabio. Puesto que la vida va, en definitiva, de la capacidad de aguante que uno tenga. Los estoicos tenían una capacidad de aguante que ya nadie posee, exceptuando la de los habitantes de regiones del planeta que viven en guerra perpetua (esta gente aguanta como Dios). Como indica el diccionario de la RAE, un comportamiento estoico consiste en la ecuanimidad ante la desgracia. Es decir, que un estoico es quien sufre dolor o problemas sin quejarse ni mostrar lo que siente. Hay que aprender a aguantar las pasiones al igual que los desastres; de esta manera, uno vive en paz (aunque muy jodido). Hay personas muy afortunadas que no han tenido que aguantar demasiado, mientras que hay otras -la mayoría, me figuro-, cuya existencia consiste en aguantar y aguantar y, cuando ya no pueden más, siguen aguantando. Estos son los verdaderos héroes, podríamos decir. No es por darme pisto, pero me considero una gran aguantadora -aguantar se me da de fábula- y, precisamente por eso sé de lo que hablo. El portavoz de Junts podría haberse presentado como un hombre versado en la materia, de no ser porque, justo después de pronunciar estas palabras, añadió: «Muchas veces yo me he tenido que aguantar muchas cosas que no me han gustado». Mal. Esto ya debería de haberse dado por supuesto. Puesto que todos aguantamos. Y recordemos que para ser un héroe -un estoico, al fin- no hay que quejarse. En realidad, es muy difícil ser un perfecto aguantador. No sé si lo han probado. Pero, por si acaso, no se lo recomiendo.