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Allá por 1987 Ivan Klíma escribió en su maravillosa novela Amor y basura la siguiente frase: «En el mundo todo se va convirtiendo en basura, en desechos que es necesario eliminar de la faz de la tierra, de la cual no es posible eliminar nada». He encontrado fácilmente esta cita porque la tenía subrayada. Y hoy me he vuelto a acordar de ella. Parece ser que, después de confiar equivocadamente en la buena voluntad de los vecinos, muchos municipios han decidido que es mejor recoger la basura a domicilio. La buena voluntad no existe, pero la basura sí. Y por eso, si la basura no va a la montaña, la montaña tendrá que ir a la basura. Es decir, que se volverá al sistema de toda la vida de recogida puerta por puerta. Los humanos somos muy caprichosos -además de perezosos-, y qué mejor manera de desprenderse de la basura que dejándola en el portal para que alguien se la lleve. Menudo alivio. Y si sólo se tratara de esto, no cabría mayor preocupación. Pero es que la basura se está extendiendo de tal manera que, como asegura Klíma, es imposible eliminarla. Ahora mismo, hay tantas toneladas de basura diseminadas por el planeta que no creo que nadie pueda saber qué hacer con ella. Incluso donde nunca podrías imaginar, la basura se acumula de forma alarmante. Por ejemplo, en el Everest. ¿Quién podría haberlo creído? El Everest. Como buena muestra de capricho humano, la cantidad de viajes -con posible escalada mortal incluida para escaladores principiantes- que se realizan a Katmandú por el módico precio de 300.000 dólares te deja turulato. Es que la gente ya no sabe dónde meterse. El planeta se les queda pequeño. En fin, que mientras alguien nos quite la basura de la vista, no pasa nada si vamos creando nuevas toneladas por ahí, fruto del afán por conocer mundo, ese gran basurero del universo. Ya lo dijo Ivan Klíma.