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Desde hace unos días vengo siguiendo la polémica sobre el castellano en el Parlament balear. Ha caído como una bomba que se pidiese no sé si hablar en castellano desde sus escaños o simplemente hacer en este idioma comunicaciones oficiales. No lo sé, pero comprendo que el castellano sigue siendo el gran adversario a eliminar.

Hace cuarenta años contemplábamos este fenómeno a la inversa: ¿catalán para qué? Y yo habría contestado: para ser libres, para que nadie se meta con lo que hablamos, para recobrar una cultura en buena medida enviada al desván por un omnipotente idioma castellano. Si, para esto. Sabía que había pasado al trastero, y, aunque yo no lo hablase, me gustaba ver a nuestros luchadores por la libertad, esgrimirlo y defenderlo.

Llegó la Transición. Llegaron las autonomías, y se impusieron las lenguas que llamábamos ‘vernáculas’. Un joven y vigoroso Gabriel Cañellas, recién investido presidente del Govern balear se dirigió a toda nuestra comunidad, desde el Parlament recién abierto, en el mejor mallorquín que tuvo a mano. No le costó en absoluto. Era el idioma con el que había nacido. Un espontáneo y delicioso mallorquín de Bunyola. Me encantó escucharle. Al día siguiente la prensa de izquierdas y catalanista, que no se llamaba tal, sino libertaria, arremetió contra su discurso. ¿Falta de coherencia? ¿franquista? ¿castellorquín? No. Nada de esto. ¡Tenía errores gramaticales! Efectivamente, al llegar escrito su discurso a los medios, estos observaron que no se adecuaba su ortografía al catalán que esperaban imponer.

Y así estaban las cosas, querido lector. Comenzaba la persecución del adversario. El propio Cañellas con deseos de no armarla, me había hecho olvidar de mi influencia en el Partido. Tenía que pasar discretamente. Había hecho un discurso, meses antes, pidiendo, tonto de mí, la catalanidad de las islas. El propio Manuel Fraga, presente, me había hecho bajar del pódium entre los silbidos de los presentes. Tuve pintadas hasta en mi casa.

Hoy todo esto sigue en mi memoria. Tengo esta suerte. Y me pregunto: ¿tan torpes y sectarios seguimos siendo? Cañellas buscaba paz y entendimiento. Los Félix Pons o los líderes catalanistas como Borja Moll, no iban contra el castellano si no contra la libertad de expresión, incluso aunque Borja se hubiese pasado al catalanismo. ¿Entonces? ¿Por qué después de cuarenta años, dominando el catalán en todas las instituciones, se arrincona el castellano, idioma oficial del país? Pues se lo diré enseguida. Porque está más vivo que nunca, tanto o más que el mallorquín de mi infancia, relegado al patio de recreo.

No nos damos cuenta. Nada peor que la represión, en todos los órdenes que sean. Ahora, gracias a mi querida Margalida Tomás, excelente historiadora mallorquina, residente en Barcelona, me han llegado algunas de las cartas dirigidas por mi tatarabuelo Tomás Aguiló a su hijo Mariano, el gran maestro de la Renaixença catalana, depositadas en la Biblioteca Nacional de Cataluña. ¡Qué cosas! ¡Escritas en un perfecto castellano, desde la Mallorca de 1850! Por qué. Pues porque en aquella sociedad, en que el castellano se iba imponiendo «mañosamente», la gente de cultura se abría al futuro. Se hablaba el mallorquín, incluso se había hecho una gramática mallorquina antes que en Cataluña tuviesen otra en barcelonés. ¿Entenderemos algún día que con la opresión no se va a ninguna parte? Temo que no.