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Qué es más importante, el arte o el derecho a una alimentación sana y duradera? Es la pregunta que lanzó al aire una de las activistas que el otro día quisieron llamar la atención del mundo arrojando a La Gioconda de Leonardo da Vinci un bote sopa. Personalmente, no tengo dudas: el arte es más importante. Por una sencilla razón: tengo una pobrísima opinión sobre el género humano y a la vista de estas dos mujeres, me reafirmo. El planeta es grande y diverso, lleva millones de años girando y en casi todos sus rincones ha brotado la vida humana. Cientos de miles de años de una generación tras otra. Hoy alcanza los mayores niveles de población y el crecimiento sigue a un ritmo enloquecido. Como ocurre con cualquier otro mamífero bien alimentado y sin depredadores. La raza humana, por tanto, no está en peligro y así, de modo general, tampoco es que aporte gran cosa. Existen y han existido siempre individuos asombrosos, para lo bueno y lo malo, que han dejado huella. Muchos han sido artistas, la gran diferencia entre el humano y el resto de los animales. La música, arquitectura, escultura y pintura, poesía y teatro, literatura, cine… es el gran legado de la humanidad. La Gioconda, entre ellos. La inmensa mayoría de las personas pasa por la vida sin dejar más rastro que el cariño entre los suyos. Y eso es mucho… pero abundante. El arte, la belleza sublime, es algo escaso y, por tanto, valioso. Más en esta época de vulgaridad y retroceso intelectual. Así que, aunque es deseable que todos los seres humanos -y los no humanos también, por supuesto- coman bien todos los días, entiendo que sin Mona Lisa ni ninguna otra forma de arte, comer bien solo nos colocaría a la altura de los cerdos.