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Desestimamos lo inútil y estimamos lo útil. Es la norma. Siendo de buen tino, sin embargo, considerar que hasta lo inútil puede tener, en algún momento, éxito en los ámbitos de la utilidad. Que, lo que un día entró en la buhardilla polvorienta, para hacer compañía a los trastos, puede salir como vintage y volver al salón mejor del hogar. Pudo haber sido la simple necesidad de espacio o el cansancio de verlo un día y otro la causa del pase, de quién sabe qué al ostracismo de los cachivaches; relativamente viejos y, tal vez por ello, provisionalmente inútiles. Los desvanes tienen una versatilidad insospechada. Y así como va el mundo, resultarán cada vez de más provecho y utilidad. Sin embargo, la pregunta: «¿qué es útil y qué es inútil?» no es de fácil respuesta. Para intentarla debemos sopesar si «lo útil es lo que trae o produce provecho, comodidad, fruto o interés, o que puede servir y aprovecharse» y si lo inútil es lo contrario. En definitiva, diremos que lo útil nos ayuda a mejorar la calidad de vida, y, en alguna medida, con ello, aportarnos felicidad. Mientras que lo inútil, aunque no sea de forma definitiva, pasa a ser rechazado por falta de interés circunstancial. Salvo la enorme habilidad que suelen desarrollar los inútiles para mantenerse a flote en el sistema. Aunque toda definición que pretenda objetivar tanto la utilidad como la inutilidad está abocada al fracaso. Pues del mismo modo que no caben criterios universales de felicidad, tampoco caben de utilidad. Su valoración no puede ser objetiva, pues depende de los parámetros mentales y sensuales de quién, en cada caso y momento, aprecie la realidad analizable. De quien posea, en definitiva, en el lugar y momento determinados, la medida de esas cosas. Porque la utilidad es subjetiva, y obviamente dependiente de las preferencias de cada cual. Por cuya razón podemos apreciar muchas realidades consideradas inútiles que, sin embargo, retienen gran utilidad. ¡Viva el oxímoron! «Estoy convencido -con Mauricio Wiesenthal- que a Dios le agradan ciertas obras que nosotros consideramos inútiles. A diferencia de los políticos, que buscan siempre la utilidad inmediata, que en cuanto descubren, se apresuran a gravar con un impuesto». En Argentina se dice que no hay nada más inútil que echarle huevos a un gato. Y quizás los argentinos, en eso, tengan razón.