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Me figuro que todo el mundo recuerda aquellos famosos versos de Bécquer que decían «podrá no haber poetas; pero siempre habrá poesía…». Sí, y todo eso de que la lira no se agotará, porque «donde haya un misterio para el hombre, ¡habrá poesía!». Recuerdo que muchas adolescentes y jovencitas de mi época coleccionaban estas rimas en sus cuadernos. La poesía es inagotable. (Y a veces también insoportable). Pues hoy podríamos decir que, a falta de creatividad, siempre habrá versiones. No pasa nada si nuestros artistas se quedan en blanco y sin saber qué escribir, puesto que siempre les quedará hacer versiones de lo ya existente. Puede que sean narraciones, películas, obras dramáticas o música. Si la inspiración se va de paseo o, como decía Serrat, las musas andan de vacaciones, qué mejor idea que rebuscar en lo existente y versionarlo. Las versiones son un chollo que funciona muy bien. Tal obra es una versión de Hamlet, y tal canción es una versión aflamencada de una composición del Romanticismo, te sueltan. Y se quedan tan anchos. Las versiones proporcionan todo un campo infinito de materia. Y si te salen bien, el éxito está asegurado, ya que se sustentan sobre una base que cuenta con el respeto de la mayoría. En fin. Hay que versionar más. Incluso los seres humanos presentamos en nuestro fuero interno un montón de versiones -no sé de qué, pero las tenemos- para que, según la ocasión, mostremos una u otra. ‘Saca la mejor versión de ti mismo’ es uno de los lemas más repetidos. No tengo ni idea de cómo se hace (ni pienso aprender). Y no entiendo por qué, si existen tantas versiones de cada uno, hay quien siempre enseña la misma, es decir, la peor. A mí me suena rarísimo, pero se ve que es algo que se practica mucho. Hasta parece que existe una serie de pasos para conseguirlo. No me pregunten cuáles son. No los sé. A mí que me registren.