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Ha muerto Franz Beckenbauer. Veo de nuevo imágenes suyas en la tele y no puedo menos de pensar en los jóvenes que eran, ya no digamos si los comparo conmigo ahora, todos aquellos que animaron mi infancia a base de regatear defensas contrarios, liarse a mamporros en el ring o contar chistes de gangosos. Había cumplido ya 78 años.

Uno de los signos más evidentes de que uno va haciéndose mayor es la inquietante frecuencia con la que se encuentra de pronto en los periódicos con la noticia de que ha muerto otro de los protagonistas de su juventud. Desde que, siendo todavía niño, me di por primera vez de bruces con el mundo real al enterarme de que el Gordo y el Flaco llevaban varios años muertos los dos, esto ha sido un no parar. Así me pasa que de un tiempo a esta parte voy a razón de uno por semana de promedio y lo que es últimamente no gano para disgustos. De los de aquella final del Mundial del 74 que vi por la tele de un bar un domingo del mes de julio y que recuerdo como si la hubieran jugado ayer tuve ya que despedirme en su día de Cruyff y del Bombardero Müller y estoy que no vivo desde que me enteré de que a Sepp Maier le queda nada para cumplir los ochenta. Y esta semana solo estamos a miércoles.