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El Dakar es un rally que se celebra todos los años en el que corren coches y motos y en el que algunos años no muere nadie. En este Dakar de ahora que discurre por desiertos lejanos queda poco, sin embargo, de aquel Dakar de los inicios, que incluso tenía la meta en Dakar y se salía desde París, hasta donde primero tenían que llegar todos aquellos chalados en sus locos cacharros después de conducir durante horas parando por el camino a poner gasolina, comer el plato del día y descansar lo justo para hacerlo a tiempo, pero al menos en el de ahora ya solo mueren pilotos y no también niños de ocho años que se asomaban a la puerta de sus casas para ver pasar la carrera por sus miserables poblados.

Normalmente, yo solo escribo sobre el Dakar cuando muere alguien y no me importa reconocer que algún año de aquellos no había muerto nadie todavía y ya tenía casi todo el artículo listo. El Dakar es como esas personas importantes de las que los periódicos tienen preparadas necrológicas que ocupan páginas enteras para no verse obligados a trabajar a destajo y a contrarreloj el día en que por fin cumplan con lo previsto y se mueran. Me acuerdo de que en uno de aquellos Dakar de los de antes participó hasta Carolina de Mónaco acompañando a su marido, que es el que iba al volante, y que si bien salió de aquella sano y salvo, acabó matándose no mucho después haciendo carreras con su lancha fueraborda en una moraleja propia de un cuento oriental.