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Hoy, segundo día de Navidad, aún es fiesta. La prórroga de la fiesta, pero fiesta en definitiva. Hay partido. En la prórroga, pero partido. ¡Ah, el arte de la prórroga! Las prórrogas son magníficas, todo un acontecimiento si se trata de prorrogar fiestas, amores románticos, disfrutes, enamoramientos y apareamientos. ‘Hagámoslo otra vez’ es mi lema, o esto habría que repetirlo. Pero claro, como todas las cosas magníficas, tiene sus inconvenientes. Te cogen ya cansado por el esfuerzo previo. Yo, que ya estoy en la prórroga de la existencia y ando algo fatigado y corto de tiempo, a veces pienso que ojalá la prórroga me hubiese cogido con treinta o cuarenta años. Pero entonces, naturalmente, estaría muerto hace tiempo. En fin, que todo tiene sus pros y sus contras, y conviene saber gestionarlos. Ahí reside el arte de la prórroga. Así que hoy, el día siguiente, me permitiré algunas recomendaciones para afrontarlo. He perdido muchas prórrogas, incluso en los penaltis, y sé lo que me digo. Qué se puede y qué no se debe hacer. En primer lugar, no abusar de los restos del banquete, añadir algo. De lo contrario, aunque los restos bien condimentados son exquisitos, tienen un sabor melancólico que va a más conforme pasan los minutos. Y a la inversa, no hay que creerse que porque hoy todavía es fiesta, mañana también lo será. Las prórrogas duran lo que duran, y conviene regular. No hacen falta más comilonas, abrazos, restregones, reuniones y regalos navideños; demasiada intrepidez de salida, y el exceso de entusiasmo, no funcionan bien en el arte de la prórroga. La gente se atolondra, y si a la fatiga se une el atolondramiento, mal vamos. También hay que tener en cuenta que se trata de un desvío cronológico, y el tiempo transcurre diferente en las prórrogas, a tirones y parones, como una especie de temblorcillo con leves estremecimientos. La gravedad es algo superior, lo que afecta el rendimiento. Digamos que no es exactamente lo mismo que el tiempo del partido. Pero sobre todo, la presión aumenta mucho en la prórroga. Hay que saber manejarse bajo presión, ante la premura del tiempo que se desintegra a ojos vistas, lo que exige calma y pequeñas pausas. Sosegarse contra lo que dicta la urgencia, porque total, no pasa nada. Sólo es una fiesta secundaria. Disfrútenla.