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Buena la ha armado Pedro Sánchez y su al menos aparente equiparación entre Israel y Hamás. No es de extrañar que haya irritado a los primeros, objeto de un ataque terrorista y cuya represalia es para evitar futuros ataques. Además, poner en el mismo platillo a un grupo terrorista y un estado democrático es una aberración que sólo complace a la extrema izquierda.

Toda la operación, con el canje de prisioneros incluido, evidencia la disparidad de ambas situaciones. Hamás atacó por sorpresa a civiles pacíficos y mató vesánicamente a los que pudo y secuestró al resto. Israel, por su parte, sólo busca acabar con el grupo terrorista que domina la Franja de Gaza. En cuando a los prisioneros, aparte de la disparidad de cifras que hace que cada israelí equivalga a varios palestinos, unos, los prisioneros de Hamás, son delincuentes convictos, mientras que otros, los rehenes son ciudadanos que en su vida han hecho daño a nadie.

Como se ve, no es de extrañar que las declaraciones de Pedro Sánchez hayan molestado a los judíos, que si perdiesen ésta u otra guerra desaparecerían del mapa, como quieren sus muchos enemigos, mientras que si ganan continuará existiendo un gran Estado democrático en la región.

Esto es válido para un futuro con dos Estados en la zona, uno israelí y otro palestino, que puedan llevarse pacíficamente. Pero en ellos no cabe la existencia de Hamás, que hoy controla la parte palestina de Gaza. Ese hipotético futuro plácido de la región pasa precisamente por el desmantelamiento de Hamás y que la Autoridad Nacional Palestina se impusiese con criterios y modos exclusivamente políticos tanto sobre Cisjordania como sobre la Franja.