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Ayer al alba mientras me duchaba canturreaba, como a veces se me ocurre, una canción de antaño. Esta vez tocó al padre Duval con su canción Seigneur, mon ami: Señor, mi amigo, me has cogido de la mano. Yo iré contigo a través del viento y a través del frío, poco me importa, yo camino contigo. Yo te llevo en el corazón hasta el final del camino… Después, un saludo a mis favoritos: Yoshua, Myriam, Junípero y mis padres. Y a empezar el día con mis rezos y proyectos. Siempre suele perseguirme en mi pensamiento la simultaneidad de otros acontecimientos, a veces terribles como los que estamos viviendo actualmente con las guerras de Ucrania y de la Franja de Gaza. Parece que nos hemos vuelto cínicos al contemplar el dolor atroz de niños llorando y las madres gritando desesperadas. Siento como si no tuviéramos derecho a vivir tranquilos mientras otros se ahogan en la angustia. Se me escapa una plegaria: «perdóname, Señor». Como si yo fuera culpable de estos desastres. Cojo un rosario y empiezo a rezar ahogando sollozos que se unen con otros sollozos de allá lejos… Acabas de desayunar y te enfrentas nuevamente a las tareas de cada día.