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Desde de que en junio de 2014 fue proclamado rey Felipe VI de Borbón, ninguna encuesta pública ha preguntado a la ciudadanía por su valoración como monarca, ni una sola pregunta relacionada con la Casa Real ha llegado a ver sus respuestas publicadas en ningún periódico. Por supuesto, tampoco se han aceptado debates parlamentarios en el Congreso de los Diputados respecto a muchas cuestiones que deberían haber sido objeto de debate público, habida cuenta de los presuntos delitos cometidos por su padre, Juan Carlos I, durante el ejercicio de sus responsabilidades como jefe del Estado.

La restauración borbónica implementada por Franco tuvo como consecuencia que este señor tan campechano pudiera campar a sus anchas por el país, compadreando con la élite económica, cobrando comisiones, haciendo negocios y multiplicando su patrimonio de manera indecente gracias a su cargo, a costa de la credibilidad de la institución que representaba. Además, gracias a lo que dice muy claramente nuestra sacrosanta Constitución, este señor es inimputable por cualquier delito que cometa. Aunque se le hubiera ocurrido asaltar un banco escopeta en mano y a cara descubierta, de ninguna manera se le habría podido perseguir, porque el rey está por encima de la ley. Aun así, Juan Carlos I hizo tal daño a la institución monárquica en este país, que fue obligado a abdicar, y posteriormente forzado a exiliarse para evitar una progresión de escándalos que podría haber finiquitado a los Borbones, por enésima vez, en este país.

El emérito no habría llegado tan lejos (y no me refiero a Abu Dabi) si no hubiera tenido alrededor a toda una corte de escuderos que, durante las décadas en las que reinó, tuvieron la habilidad y el poder para bloquear la divulgación de sus escándalos, corruptelas y extravagancias. La Casa del Rey, los partidos políticos «de Estado», las élites económicas y mediáticas, todos hicieron su parte ocultando a la sociedad que el rey era un caradura. Ha sido un ejemplo de exitosa ingeniería monárquica implementada con el objetivo de mantener el sistema, un ejercicio probablemente similar a las maniobras que debieron llevarse a cabo en el siglo XIX para tapar las suciedades de Isabel II o de Alfonso XIII. De momento, eso sí, con mejor resultado, ya que los anteriores derivaron en la instauración de la I y la II República.

Tras los traumas provocados por Juan Carlos I, la monarquía ha estado trabajando junto con sus aliados en poner en marcha un proceso de normalización, que pasa por afianzar la imagen ejemplar de Felipe VI, presentándole ajeno a los negocios oscuros de su padre, su hermana o su excuñado, y ofrecer una hoja de ruta monárquica para superar el bache. Aquí es donde entra en juego la princesa Leonor, que muestra una imagen contrapuesta a la de sus primos, amantes del escándalo y de quemar el dinero de todos en jaranas y coches caros. Leonor es presentada como una mujer responsable, seria y en vías de estar preparada. Ahora que ha jurado el documento que la hará inmune a la justicia, le toca la formación militar, luego vendrá alguna universidad estadounidense y un máster en relaciones internacionales. Todo ello impulsado con campañas de márketing publicitario pagadas con dinero público, como la que padecemos estas semanas, y ya tenemos el futuro de los Borbones asegurado para cuando Felipe quiera abdicar. ¿Qué puede salir mal?

Pues por una parte, puede salirles mal el hecho de que cada vez a más gente le cuesta aceptar que la Jefatura del Estado sea un cargo hereditario que sitúa al cabeza de la familia Borbón por encima de las leyes, sobre todo teniendo en cuenta los precedentes. Ese es el motivo por el cual no aparecen encuestas que pregunten nada acerca de la monarquía, no vaya a ser que se visibilice el descontento con el sistema y se refuercen las opciones políticas republicanas. Y por otra parte está la genética. Una estirpe que nos ha proporcionado personajes tan deleznables como Fernando VII, ladronas como Isabel II, corruptos como Alfonso XIII, y que ha destilado a alguien como Juan Carlos I, quien conjuga un poco de lo peor de sus antepasados, es una estirpe que nos puede dar todavía muchas sorpresas. Tanto es así que podría ser que los mejores aliados de la III República sean los Borbones.