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El otro día me llegó por wasap el famoso incidente televisivo de 1993 entre Francisco Umbral y Mercedes Milá, que le había invitado a su programa de Antena 3 titulado: «Queremos saber». El escritor se cansó de oír hablar de las protestas estudiantiles contra Felipe González en el transcurso de una conferencia en la Universidad Autónoma de Madrid. Alzó la mano y dijo que había acudido a la tele para hablar de su libro. «Si no se habla de mi libro me levanto y me voy», afirmó. Mercedes Milá intentó contemporizar, pero él insistió: «Entran unos videos absurdos y no se habla de mi libro» que, dicho sea de paso, se titulaba «La década roja». Moraleja: monte una escena para que sepan que usted, además de armar escándalo, escribe. De donde se deduce que no basta con ser bueno, sino que también hay que saber llamar la atención.

No sé si se llama hacerse autobombo o empujar las cosas de uno, ser pesado, preguntar a los que manejan los hilos: «¿Qué hay de lo mío?». Ser bueno y, además –o al menos-, parecerlo. Ese es el camino por el que quedaron atrás muchos grandes artistas a los que sobrepasaron otros con menos talento. Por fortuna dicen que el tiempo es la medida de todas las cosas y que la verdad tarde o temprano acaba por brillar. Pero pueden pasar décadas y, acaso, siglos. Por eso Umbral, que se llamaba en realidad Francisco Alejandro Pérez Martínez, quería que se hablara de su libro. Porque poca gente habla de libros en la vida cotidiana. Hablan de fútbol, de sucesos y si se tercia le dicen a uno: «Tú eres muy bueno, tú has ganado un premio, ¿cómo se llama el premio que has ganado?». Y si has ganado más de un premio, te dicen: «Los tienes casi todos, ¿cuál es el premio que te falta?». A mí me lo han dicho alguna vez, y yo suelo responder: «La primitiva». Es como cuando me dicen: «Yo tengo libros tuyos». Entonces yo contesto: «Pues ya es hora de que me los devuelvas». Hay veces en que incluso algunos periodistas bisoños te preguntan: Además de La Dama de Constantinoble, ¿usted ha escrito otros libros? Y tú te callas o dices, simplemente: «Sí, otros cuarenta».