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Mi segunda vocación, a los 85 años, es ser misionero en mi propia casa, que es Mallorca, y mi familia cuyos miembros, salvo algunas excepciones, están en notable declive en cuanto a la fe. El ambiente general de la sociedad da lástima al pensar en cómo ha quedado el cristianismo, tanto a nivel personal como colectivo. Parece que hemos perdido el Norte. Estamos desorientados, no sabemos hacia donde vamos. Se impone con urgencia una nueva evangelización. En estos momentos que vivimos ya no basta un cristianismo de convención y protocolos. Para aquellos y aquellas que sufren al ver derrumbados tantos proyectos e ideales es necesaria una actitud ‘descarada’ y atrevida para volver a empezar de nuevo, presentando explícitamente a Jesús con absoluta sinceridad y humildad, apelando a un simple acto de fe personal según las palabras del papa Francisco: «La fe no es una armadura que nos enyesa (o endurece para defender derechos más que para promover deberes -añadía el peregrino). La fe -continúa el Papa- es un viaje fascinante, un movimiento continuo e inquieto, siempre en busca de Dios». La fe es una libre respuesta al don de Dios que nos ama.