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Acaba un curso más, no sé si con más ganas para alumnos o para profesores. Y con el temor de los padres con tantas vacaciones escolares y opciones de conciliación imposibles, salvo que te agujerees el bolsillo. Nuestro sistema educativo establece tres meses, frente a otros en los que se acortan las de verano y se realizan descansos intermitentes durante el período lectivo. Habría que analizar cuál es más beneficioso para los chavales. Y para docentes, una profesión con altas tasas de síndrome de quemado, reconocido como enfermedad profesional por la OMS desde enero de 2022, pero no en España. Más de uno necesitaría baja también por tanta reforma educativa parida por políticos con poca visión, que exigen improvisación en la implantación, como este año con la aplicación de la LOMLOE, que ha generado rechazo unánime en la comunidad educativa.

En cualquier caso, la semana pasada más de 173.000 niños y adolescentes de Balears recogieron sus notas y avanzan, la mayoría, hacia el final de otra etapa, con una mochila cargada de conocimientos y vivencias. A su formación y cultura, pero también a su educación como personas, habrán contribuido sus profesores: cerca de 17.000 en centros públicos y concertados.

Los habrá habido mejores y peores, pero a todos hay que reconocerles el mérito de bregar con dos o tres decenas de menores cada día, asumir el reto de que aprendan e intentar inculcarles valores.

Algunos son, además, héroes anónimos. La clave está en la vocación y en la generosidad. Como Matilde, profesora de uno de mis hijos en un colegio público, y Jaume, profesor de otro en un centro concertado. Su talante y compromiso han marcado la diferencia. Lo que hace especiales a este tipo de docentes es su implicación. Son profesionales que se exceden en sus obligaciones y sobrepasan lo exigible. Suelen sobrarles conocimientos, pero es su dedicación, su capacidad de escucha, su tiempo, su obsesión por la persona, lo que les hace distintos. Así es Jaume, pese a su juventud, el mejor profesor de la cincuentena que suman mis tres hijos. Qué papel tan importante: guiar y ayudar a moldear la personalidad de chavales que en el futuro les deberán parte de lo que sean.

Creo que a muchos nos ha marcado algún profesor en nuestra vida. Y su influencia puede ser positiva o negativa. Cuántas víctimas hay de aquella educación dura y deshumanizada del pasado, en la que se confundía rigidez con profesionalidad y se desoían necesidades afectivas apelando a una autoridad perniciosa y a un respeto unilateral. Ahora a veces pasa lo contrario. Y eso tampoco es bueno.

En estos momentos, cuando todos los expertos alertan de lo nocivo que ha sido inundar los colegios de tecnología y pantallas, la figura del docente cobra más importancia que nunca. Ahora es cuando más debemos exigir esa educación humana y humanizada, que prima el esfuerzo, alienta el aprendizaje tradicional dando importancia al aula, la caligrafía y los libros de papel, y fomenta valores. Ahora es cuando más necesitamos a ese grupo de héroes docentes y más agradecimiento les debemos.