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Decíamos el otro día que en determinadas decisiones judiciales se ve a menudo el sesgo ideológico del que hay detrás. Ahora, la cosa se pone divertida con la ridícula noticia que revela que los presentadores y la actriz que protagonizaron el sketch sobre la Virgen del Rocío en TV3 tendrán que comparecer ante la Justicia. Lo más delirante es que el delito del que se les acusa es de injurias por decir en tono de parodia que la susodicha estaba cachonda. Todos tendemos a reírnos de los terraplanistas y consideramos que sus teorías conspiratorias son absurdas, completamente ajenas a la realidad. Las creencias religiosas –sean del credo que sean– son lo mismo. Creencias. Es decir, autoengaños que generan bienestar a quien los adopta.

Nada más. No se puede injuriar a alguien que no existe. La Virgen del Rocío no es más que la representación de algo, de un concepto, de una idea. Lo lamentable es que profesionales de la abogacía ignoren esto. Son cristianos, vale, perfecto. Pero después de estudiar y aprobar una carrera universitaria deberían tener claro que sus creencias quedan dentro de su intimidad, de su personalidad, de su vida privada. A ellos se les puede injuriar, a su dios o a sus dioses, no. Porque son imaginarios, entelequias, figuras simbólicas que funcionan muy bien en determinados ámbitos, pero no en la vida real. Mucho menos en lo judicial. En este país, donde se condena a gente que hace canciones, chistes o dibujos, estamos más que acostumbrados a alucinaciones de este tipo. Pero no deberíamos. La realidad es la que es. Creo que todos sabemos en qué parámetros se mueve. Que alguien levante un solo dedo para promover una denuncia contra esto es tan lamentable que no tiene nombre.