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Es precioso llenar una ciudad de pianos. Elegir los lugares más emblemáticos de Palma y poner pianos como regalos, tesoros para la gente, instrumentos que esperan a cualquiera que quiera interpretar una pieza. Este fin de semana, alguien ha sembrado pianos en distintos puntos de nuestra ciudad. Ha sido una fiesta, porque la música siempre acompaña a la gente y alegra los espacios. En la plaza del Mercado, en s’Hort del Rei, en la Rambla, en el Paseo del Borne, en la plaza de la Virgen de la Salud… han nacido pianos, como nacen las flores más bellas que el tiempo hace crecer y alimenta la lluvia.

La idea es mágica. En medio del cemento, entre las prisas de los peatones, los semáforos, el caos de la circulación… la solemnidad y la elegancia de los pianos. Son instrumentos estáticos, quietos, silenciosos, mientras esperan que la gente aparezca, que los que llevan la música en el alma se decidan a interpretar una composición que valga la pena. Se trata del Concurso María Canals Internacional de música, que ha llegado a Mallorca. Son siete pianos (recordemos que el siete es, en nuestra cultura, el número mágico por excelencia). Se trata de la Fundación Jesús Sierra con la colaboración de Palma Cultura y del Ayuntamiento de Palma. El viernes nuestra ciudad se convirtió de repente en un lugar único.

Los instrumentos musicales son la herramienta que permite a los músicos crear belleza. Debemos reivindicar la belleza, porque es capaz de transformar el espacio y darle aires del País de la Maravillas, ese mundo paralelo que convive con la realidad para crear historias nuevas.

Los pianos no hablan, no protestan, ni se quejan. Solo esperan. Esperan a los amantes de la música, a todos aquellos voluntarios que se animen a interpretar una melodía, unos acordes, una canción. Ese es el objetivo: conseguir que los ruidos de la ciudad se diluyan por un día, substituidos por las notas musicales. Es decir, cambiar la contaminación acústica por el arte. Y ser capaces de disfrutar de ello.