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Por supuesto, soy de la opinión de que la humanidad se ha inventado el universo, y luego ha ido perfeccionando el invento en sucesivas versiones a cuál más enigmática, indescifrable y exótica. No digo que ahí fuera no haya cosas, además de vacío y distancias, galaxias, nebulosas, rayos cósmicos y tal, pero el conjunto no deja de ser un invento humano. El más grande, desde luego, aunque no tanto como hace años, cuando era infinito. ¡Infinito! Esta merma de extensión se ha compensado con un aumento de su número, ya que tanto nos gustó el invento y tal fue su éxito, que últimamente tenemos incontables universos paralelos o alternativos (el multiverso, última evolución del asunto), y otra vez andamos escrutando infinitos. Parece bastante confuso, pero como dice el sinólogo Simón Leys, «si nos lo hemos inventado, es que es verdad», y hay que apechugar con la confusión. Y con la invención, por supuesto, de la que los sabios sólo conocen el 5 %, ya que todo lo demás es materia y energía oscura. Un universo fugaz y tenebroso, que se expande y se aleja de sí mismo, diluyéndose por los bordes. Aun así, se sabe que tiene más o menos 13.820 millones de años, y que su inventor fue naturalmente un clérigo, el clérigo belga Lemaître, que allá por 1933 ideó el Big Bang, al que él llamaba «huevo cósmico», y que mediante una súbita inflamación del espacio-tiempo dio lugar a todo lo demás. Es decir, a todo. Buen invento teológico, aunque los cosmólogos muy contentos no están, porque cómo estarlo tras detectar que los conocimientos sobre el objeto de su disciplina, en lugar de aumentar, se reducen hasta abarcar apenas el 5 % de la misma, y todo lo demás (es decir, todo) es negrura. Se diría que desde los tiempos bíblicos, en los que el universo entero estaba claro y cumplía la voluntad de Dios, el invento de nos está desintegrando en las manos, y se desliza como granos de arena entre los dedos de los inventores. Un asunto difícil, el universo. Hasta el canónigo Lemaître se sorprendería de su deriva hacia lo incognoscible. A ver si habremos inventando algo demasiado grande, un bocado que no nos cabe en la boca, imposible de roer. Normal, tratándose del mismísimo universo. De todo.