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La inteligencia no es cuestión de cantidad. Se puede ser inteligentísimo y a la vez, paralelamente, por otra parte, un completo imbécil. Hay ejemplos ilustres de genios idiotas, igual que de científicos locos, porque la idiotez no es lo contrario de la inteligencia, sino una facultad independiente, y a menudo sucede que cuanto mayor es la una, mayor es la otra. Un cerebro portentoso puede albergar una estupidez portentosa, inalcanzable para los corrientes, y no hay más que recordar a Max Planck y Werner Heisenberg, premios Nobel de Física, padres de la mecánica cuántica y jefes científicos con Hitler. Menos mal que al segundo no le salió la bomba atómica que estaba convencido de lograr. En fin, que la inteligencia va por un lado y la idiotez por otro, no siendo raro que se complementen. Estos días se está hablando mucho del prestigioso informático Geoffrey Hinton, llamado el padrino de la inteligencia artificial (IA) y Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica, que tras abandonar su alto cargo en Google y lamentarse a los 75 años de haber dedicado su vida a semejante inteligencia, ahora pretende alertar de los peligros de su invento, incluido el famoso ChatGPT. He aquí un hombre sin duda muy inteligente, que sabiéndolo todo acerca de la IA, no tenía ni idea de qué es la inteligencia. Y ahora se entera. A buenas horas. Nos recuerda al papa Francisco Bergoglio, que tras veinte años de obispo de Buenos Aires y una década de cardenal, poco después de ser elegido Pontífice descubrió que la Iglesia no se había portado bien con las mujeres, y así lo hizo saber al mundo. Estupefactos nos dejó, aunque no tanto como nos ha dejado ahora el tal Hinton, que inventó los algoritmos de retropropagación, básicos para que aprendan esos aparatos inteligentes. Y que estos días califica de amenaza para la humanidad. Ahora se entera. El doctor Frankenstein, hace doscientos años, no tardó tanto en darse cuenta de lo que había creado. No digo que fuese más listo, pero sí menos lento que el padrino de la IA. Toda una vida sin enterarse de lo que hacía, pero haciéndolo a la perfección. Hasta que de pronto se asustó. Es lo que hace la inteligencia frente a la idiotez.