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Hace 25 años la ciudad de Málaga apenas figuraba en los mapas turísticos y culturales. En Palma, en cambio, lucíamos familias reales, celebrities y mil-millonarios en los ambientes de la Seu, Bellver, la Fundació Pilar i Joan Miró, CaixaForum, Casal Balaguer, Fundació March, Marivent,... Estos últimos años, además, la proyección de Mallorca mejoró con Rafa Nadal y la descomunal academia que se distingue por su perfeccionismo. Nos situamos en el top, y entonces decidimos dormirnos en los laureles. Tenemos pocas ideas, escaso mecenazgo y unos políticos acomodados, aunque sean de izquierdas. Málaga, por el contrario, ha espabilado.

La iniciativa privada y su alcalde, Francisco de la Torre, la han puesto en el plano mundial. La proa de Marbella es la cultura, no el turismo. Presume de un céntrico caserón en el que por lo visto nació Pablo Picasso. Además, Málaga exhibe colecciones de Carmen Thyssen, una extensión del Pompidou parisino y un hiperdinámico museo de Sant Petersburgo, donde estos días expone sus piezas nuestro Bernardí Roig. Con Antonio Banderas, la ciudad ha puesto en marcha un festival de cine y se lleva la gala de los Goya.

Ahora anuncia un Rafa Nadal Club, unas instalaciones que vincularán la imagen del tenista de Manacor con la capital andaluza. Esto sí que es un puntazo. De la Torre (PP, seis veces alcalde, 80 años) es conservador, pero no conformista, y siempre gana. A Málaga fueron a inspirarse quienes persiguen dirigir Palma la próxima legislatura, José Hila y Jaime Martínez. Esto ya lo dice todo, nos han pasado por delante.