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Si tienen la irritante sensación de que, sin contar a los políticos en campaña electoral, cada vez hay más gente intentando coloquialmente comerles la oreja, y convencerles de esto o de lo otro con una insistencia exasperante, sepan que están en lo cierto. Comer orejas con afán, ya de forma presencial o telemática, a lo bruto o sigilosamente, es quizá la actividad humana más extendida, y la que más tiempo nos ocupa diariamente. Cuatro horas y media según los últimos estudios sociológicos, que si todavía no han sido divulgados, es porque los sociólogos están muy pendientes de comernos la oreja y prefieren no alertarnos. Los tiempos podrían estar duplicados, ya que el cabrón que en ese instante nos come la oreja también tiene las suyas muy mordisqueadas, pero en cualquier caso sigue siendo mucho tiempo el que dedicamos a esta práctica antropófaga. Raro que alguien conserve todavía sus orejas, por seguir en modo coloquial, con sus variante comer el tarro o comer la cabeza. Que no son exactamente lo mismo, puesto que la cabeza se la puede comer uno mismo, y de hecho es lo que pasa cuando le han comido mucho la oreja previamente. Si tienen la jodida sensación, que les come la cabeza, de que cada vez hay más devoradores y roedores de orejas, es porque los hay. Y no sólo a causa de la precampaña electoral, sino por afición, porque sí, porque les mola. Tanto, que incluso existe la modalidad de comida de oreja (y de coco) mutua y simultánea, con estruendosa publicidad, que es típica de los dos sectores del Gobierno. Desorejados están todos. Claro que ellos utilizan otro coloquialismo, también muy expresivo. Entrar en razón. Las orejas se comen para conseguir que el así tratado entre de una vez en razón. Ah, hacer entrar en razón. Eso ya incluye amenazas, injurias, sermones, embustes. Y nada, no hay forma, al menos en el caso del Gobierno. Creo que hoy jueves el Congreso ratificará la reforma de la ley del ‘sólo sí es sí’, con la que ambos sectores gubernativos llevan años comiéndonos a la oreja a dentelladas, y comiéndosela mutuamente. Normal ese hartazgo de orejas agredidas. A todas horas, más que nunca. Salvo los sordos. A mí me da igual. Mi oreja sólo me la como yo.