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Cada cosa a su tiempo, y este es tiempo de refunfuños. Si hay que refunfuñar se refunfuña, pero bien, ya que muchos jovencitos y jovencitas cascarrabias rompen ahora a refunfuñar sin esperar a ser viejos cascarrabias, y sin tener ni idea de cómo se hace eso. Intentaremos ofrecer algunas reglas básicas del correcto refunfuño, porque duele ver a tanta gente, por vía presencial o digital, cubrirse de ridículo soltando refunfuños que parecen diatribas, y de las aleccionadoras. Refunfuñar no es imprecar, y menos aleccionar; no basta estar muy ofendido, o indignado, para mascullar entre dientes (o mediante tuits) buenos refunfuños.

En los refunfuños hay más confusión que indignación y más quejas que ira, y aunque exige cierto nivel de victimismo, lo fundamental es que nunca se entienda bien qué mierda está refunfuñando ese capullo. Conviene comerse palabras, puntuar con interjecciones, dejar puntos suspensivos, no acabar las frases, atolondrarse. Atolondrarse, mascullar y gruñir con toda la intención, a fin de que parezca improvisado. Esto ayuda a resultar espontáneo, como si el refunfuñón fuese el primer sorprendido de sus refunfuños, ya que si son preparados y con razonamientos, no son tales. Son meras diatribas, sermones fruto del disgusto. No es lo mismo. Hay que estar un pelín desquiciado para refunfuñar, pero de un desquiciado ya pasado de rosca, fatigado, genérico, sin ganas de aclarar sus causas, muy viejas en cualquier caso. Para qué. Es un arte un poco senil, efectivamente, difícil de dominar por los jovencitos y jovencitas, que aún ansían explicarse y todavía buscan el por qué.

Además, como cuando se refunfuña apenas se vocaliza (se chapurrea, se murmura, incluso se susurra), y el lenguaje inarticulado se completa con énfasis y gesticulaciones, tampoco sería factible ese formato para emitir mensajes inteligibles. Demasiada confusión, que es precisamente por lo que ahora es tiempo de refunfuños. De hecho, cuando alguien versado empieza refunfuñar, lo que busca es saber de qué está refunfuñando. «No es por eso, es por todo», decían mis amigas cuando yo era jovencito. Lo que, añadiendo a Wittgenstein, quedaría así. Si algo no se puede decir, se refunfuña.