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Antonio Vilanova Andreu fue filólogo, catedrático universitario, crítico literario, académico de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona y autor de Las fuentes y los temas del Polifemo de Góngora –tesis doctoral que le dirigió Dámaso Alonso–, Erasmo y Cervantes, Poesía española del 98 a la Postguerra y Nueva lectura de «La Regenta» de Clarín, etc. Fue miembro del jurado del Premio Nadal desde 1959 y director de la colección Palabra en el Tiempo, de la editorial Lumen. Fueron alumnos suyos profesores y escritores como Joaquín Marco, Lluïsa Forrellad, José María Carandell, Esther Tusquets y otros muchos. Publicaba reseñas semanales sobre literatura contemporánea en la revista Destino, donde introdujo en España grandes escritores extranjeros. Tradujo Rojo y negro, de Stendhal. Fui alumno suyo en la universidad. Explicaba crítica literaria en un aula de la planta baja, cerca de la fuente de nenúfares del patio de letras, con una escalinata de graderías parecida al gallinero de un teatro. Tenía una voz poderosa, un habla castellana tajante y un carácter fuerte que parecía hacerle inabordable, pese a que en el fondo era muy tierno. Parecía un hombre de hierro y sin embargo tenía un corazón de azúcar cande. En la primera clase a la que asistí nos dijo que le entregáramos una ficha declarando nuestros objetivos a la hora de matricularnos en su asignatura. Yo dije que quería ser escritor. Lo dije de un modo pintoresco: quería ser escritor para escribir cuentos como los de Giovanni Guareschi, autor de Don Camilo. Por entonces minusvaloraba mi vena fantástica porque se llevaba el realismo. Más tarde, le añadí lo mágico de Swift, Poe, García Márquez y Calders. Cuando obtuve el premio Nadal por Flor de Sal, me llamaron de Florencia para darme un premio Antico Fattore y Oreste Macri’ me habló de Antonio Vilanova. Vino a Menorca a presentar el premio junto con el editor y presidió el acto en el Salón Gótico del Ayuntamiento de Ciutadella. Todavía recuerdo que literariamente distinguía entre personajes planos y personajes redondos, completos, como Don Quijote o él mismo.