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Solo hay un paso entre lo sublime y lo ridículo. Proclamar, como ha hecho la vicepresidenta Yolanda Díaz, que el mitin que ha convocado el domingo –la puesta de largo de Sumar– es un momento que puede «cambiar la historia de un país» es achicar la frontera entre esos dos polos. Díaz, militante comunista que en sus años de actividad política en Galicia acreditó mucha facilidad para mariposear de formación en formación dejando en la estacada a alguno de sus mentores, lleva meses amagando con poner en marcha no se sabe si un partido o una suma de siglas entre las que es dudoso que vaya contar con Podemos. Pese a que en su día fue escogida a dedo por Pablo Iglesias para liderar la enésima confluencia de las izquierdas situadas a la izquierda del PSOE las relaciones de Díaz con Irene Montero y Ione Belarra son tensas. Su renuencia hasta el último momento a abrir un proceso de primarias para elegir las candidaturas a las elecciones ha provocado las críticas de sus dos compañeras de Gabinete. Recelan de su protagonismo y de que Pedro Sánchez esté apostando claramente por ella.

El acto político fundacional de la plataforma Sumar carece de estructura y todo gira alrededor de la personalidad de quien puede acabar siendo la enésima marca de Izquierda Unida o un poco más si se suma Más País (Íñigo Errejón) y algunos escolios de las izquierdas periféricas.

Alfonso Guerra ha dicho que el proyecto que emprende Susana Díaz es un bluf aunque reconoce que el PSOE necesita a su izquierda alguien con quien pactar si Podemos pincha en las municipales y se desinfla de cara a las generales. A la espera, pues, de ese momento «para la historia» que tendrá lugar el domingo nos envuelve la duda de si todo esto no es más que el enésimo intento de reagrupación de las izquierdas populistas. Esta vez, como «marca blanca» del PSOE de Pedro Sánchez.