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De un tiempo a esta parte, la notoriedad que va adquiriendo la preposición ‘desde’, que, como todo el mundo sabe, denota el punto, en tiempo o lugar, de que procede, se origina o ha de empezar a contarse una cosa, un hecho o una distancia, es apabullante. Yo, que no soy buena en cálculo, creo que hoy se puede oír tranquilamente la preposición ‘desde’ cuando no toca decirla entre veinte y treinta veces por minuto. Y resulta muy muy malsonante. No es que yo sea una filóloga de primera –más bien soy mediocre y, además,    no ejerzo como tal–, pero todavía soy capaz de distinguir cuándo una expresión, por latosa, chirriante e incorrecta, me provoca ya una especie de vahído ya una punzada en el corazón (gramatical). Puesto que uno puede decir con toda la calma del mundo: «Te agradezco tus desvelos de todo corazón», pero no: «Te agradezco tus desvelos desde el corazón». Y así sucesivamente. Desde donde sea. Políticos, periodistas, presentadores, comunicadores y tertulianos –que son los que más hablan– tienen una querencia por este ‘desde’ que no se puede aguantar. Un presidente, por ejemplo, cualquier portavoz o famoso que cuentan sus cosas en algún programa es capaz de soltar al día tantos, que te puede dejar en estado de coma (gramatical, también). «Desde la responsabilidad», por ejemplo, es uno de los que conformarían el top ten. Por no mencionar «desde el cariño», «desde la total libertad», «desde la experiencia», «desde el máximo respeto», «desde la tolerancia», etc. El universo de lo inmaterial se ha convertido en una sarta de lugares desde los que dirigirse al oyente. Y todos tan contentos. Una maravilla. Desde la experiencia te lo digo, vamos.