TW
1

Después de dos legislaturas la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, 42 años, anuncia la evasión porque no puede más. Con naturalidad, sin aspavientos, explica que hizo las cosas como mejor supo hasta verse abrumada por la invencible sensación de no dar más de sí. Mala noticia para quienes acariciamos el sueño de un mundo gobernado por mujeres desde la empatía y el calor humano. Modelo Jacinda, claro. No Golda Meir o Margaret Thatcher, que reprodujeron roles masculinos en su día. La neozelandesa, en cambio, como ejemplo de inteligencia emocional en la lucha por el poder, es incompatible con historiales vinculados al uso de la fuerza militar, como los de aquellas.

No supone elogio de la debilidad en el desempeño de la gobernante, pues a Jacinda –guante de seda, mano de hierro– nunca le faltó determinación ante los problemas económicos de Nueva Zelanda, por ejemplo, o hacer frente a la pandemia del covid con envidiables resultados. Empatía, sí. Fortaleza, también.

Quienes amamos a Jacinda aprovechamos la ocasión para proyectar su ejemplo sobre los crispados modos de la política española. Sus mensajes de despedida incluyen la aversión a los agrios enfrentamientos entre rivales y la invitación hacia los templados territorios que favorecen la concordia. Falta nos hace.

Además, la todavía primera ministra fue un testimonio vivo de la amable conciliación del trabajo con los deberes de madre en la vida familiar. Su imagen con un bebé en brazos mientras hacía su trabajo dio la vuelta al mundo en 2018. Pero, todo hay que decirlo, la precursora ya había sido Carolina Bescansa (diputada de Podemos) ejerciendo de madre en el Congreso después de las elecciones de 2016.

Es verdad que últimamente había bajado su popularidad y se enfrentaba a una fuerte coalición de las derechas. Sin darle mayor importancia y sin engañarse a sí misma, ha reconocido que le faltan fuerzas para reemprender la batalla.