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Se dice que la infanta Elena envía a Froilán con su abuelo el emérito porque no está bien liarse a navajazos a las puertas de una discoteca. No puedo dejar de pensar en lo estupendamente que se lo va a pasar en la piscina y los petrodólares de Juan Carlos. Eso es un destierro y lo demás son cuentos. Froilán es un caso singular que cae desagradable a todo el mundo que conozco. En una ocasión le dije a un padre amigablemente que su hijo tenía una retirada a Froilán, porque de verdad se le parece, y enfureció como un loco porque creyó que lo había insultado gravemente. Por suerte el conflicto no pasó a mayores. El caso es que Froilán tiene toda la pinta de un jeta y el cerebro de un mosquito, aún así los papis y los abueletes bailan al son que marca su encefalograma plano. Sin ser psicólogo y nada que se le parezca, apostaría a que este muchacho posee el síndrome del Emperador, también conocido como niño rey o niño tirano. Un problemón cada vez más frecuente en muchas familias españolas en las que el nene, desde pequeño, está habituado a hacer lo que le plaza, llegando a subyugarlos a su voluntad como si fuera el dueño del cortijo y, en ocasiones, insultar gravemente a sus padres ejerciendo un maltrato de palabra y de obra hacia ellos. Muchachos que se convierten en ninis abusando del amor de sus progenitores, exigiendo y exigiendo como rifles de repetición sin dar nada a cambio, irresponsables, carentes de empatía, perezosos, sucios en casa ya que para eso está mami, manirrotos porque el dinero es de los papis y violentos cuando se les niegan sus deseos. Niñatos que no saben valerse por sí mismos ya que siempre cuentan con que se les paguen todos sus lujos porque por eso los han parido.