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Las lecciones de humildad a veces son convenientes: nos resitúan en nuestra dimensión microscópica en un universo infinito. Son experiencias que nos regala la vida para recordarnos que nada es ni importante ni definitivo. Me sucedió la semana pasada. Imparto clases de literatura en Magisterio. Siempre me ha gustado enseñar. Cuando tienes la oportunidad de transmitir pasiones en un aula, es maravilloso. Mis alumnos no son muy participativos en clase. Dejando de lado algunas excepciones, que me animan a seguir en el intento, se declaran poco lectores. Mi reto es contagiarles el amor por las historias, aunque muchas veces no lo consigo.

Empezábamos la clase del lunes. Observé sus bostezos disimulados en unos rostros soñolientos. No era extraño: el reloj marcaba las ocho de la mañana. Horas poco amables para hablar de cualquier materia.

Antes de que tuviese tiempo de abrir la boca, una alumna, en un tono de sorpresa, me dijo: «Saliste en la tele. En el concurso de IB3. En ‘Jo sé més que tú’». Le parecía realmente increíble. Algunos alumnos abrieron los ojos de repente. Les resultaba muy fuerte que su profesora fuese objeto de una pregunta en el concurso de la televisión balear. Yo lo sabía. Mi buen amigo Àngel Aguiló, director y guionista del concurso, a veces tiene el amable detalle de escribir alguna pregunta sobre mi.

–¿Cuál fue la pregunta? –pregunté sin preámbulos.
La respuesta me dejó algo perpleja: –Preguntaban si otro señor con tu mismo apellido era tu hermano.

–¿Recuerdas el nombre del señor? –indagué.
–No sé… Gabriel? Puede ser? Es tu hermano?

No respondí. Sus compañeros de aula la miraban atónitos, cómo recién caídos de la luna, sin acabar de creerse que la señora en cuestión, la que había sido merecedora de una pregunta en un concurso de la tele local, fuese su profesora. Estaba claro que para la mayoría de mis alumnos soy una gran desconocida. Tienen veintiún años, leen poco, están conectados a Internet, saben quiénes son los mejores influencers, y en junio serán maestros.

La chica continuó: «Estaba en casa mirando la tele y vi tu foto. Entonces grité: Aaanda, la de catalán». Y entonces ‘la de catalán’, es decir yo misma, decidió dar por zanjado el tema, no dar explicaciones que a buen seguro no interesaban a nadie, y seguir hablando de literatura, que al fin y al cabo es lo más importante de mi mundo.