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Las primeras subidas de tipos de interés por parte del BCE, hasta llegar al 1,25, se produjeron por la señal de los precios al alza en Europa, que se acercan a los dos dígitos. Pero también esa decisión se explica por evitar la penalización del euro en el tipo de cambio con el dólar, toda vez que las compras externas de energía por parte de la Eurozona se dirimen en dólares; por tanto, un acicate más para elevar los precios. Por tanto, puede ser razonable ese retoque en los tipos de interés. Las incógnitas aparecen con mayor fuerza a partir de ahora.

Debe recordarse que el objetivo de inflación del BCE es el 2%, y que sus previsiones para 2024 superan ligeramente ese número (entorno al 2,4%). De alguna forma, y a futuros, el BCE está indicando que el shock de oferta se puede superar de forma gradual, habida cuenta que los problemas de estrangulamientos en la distribución de mercancías y de colapsos graves en la energía se pueden ir soslayando en meses. Pero, así y todo, persiste en su hoja de ruta con la nueva subida de tipos del 0,75; esto alienta una recesión económica, por un motivo central: porque puede afectar a un consumo que no se ha sobrecalentado, es decir, que no es responsable de la subida de los precios (cosa que sí acontece en Estados Unidos, donde el shock es de demanda). Dicho de otra forma: esta nueva subida de tipos no está claro que contribuya a reducir la inflación, en un contexto en el que ésta puede haber tocado techo, atendiendo al último dato disponible (7,3% para España, 7,1% para Francia, 10,3% para Alemania).

Esto incide en la idea de que sería importante que la política monetaria desplegada por el BCE no fuera tan quirúrgica e invasiva y, por el contrario, fuera más laparoscópica: mucho más gradual y paulatina, y menos agresiva en función de los datos más granulares y frescos en las evoluciones de los precios. Ello debiera hacer pensar al banquero central que si pretende contribuir a la recuperación económica, no debe utilizar los tipos de interés de forma mecánica, sin tener en cuenta los contextos en los que se mueve la economía europea: en tal sentido, los precios parece que se van atenuando, no incrementando. Y, sobre todo, comprender que la causa esencial de la inflación, en el caso de Europa –y en el de España–, radica en los incrementos en los precios de la electricidad.
Es ahí donde debe actuarse, en clara connivencia con la política fiscal, a la que se le exige que estimule inversiones perentorias para, entre otros cometidos, ir a escenarios de cambios de modelos productivos: dinero necesario que se contradice cuando se suben tipos de interés que van a encarecerlo. Desafío para el regulador bancario, que debe estar atento a más indicadores que el agregado sintético de los precios. Y que no puede ignorar mensajes que le van llegando desde la política fiscal. Pareciera como si, de manera automática, el banquero central mueva los tipos de interés en función de una descriptiva evolución de los precios. Como si los análisis de contexto no contaran, o lo hicieran poco. Ser consciente de ese contexto es clave para adoptar políticas más prudentes.