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La legislatura se hace larga y en algunas de las acciones que impulsa el Gobierno se aprecia intranquilidad. Es evidente que ante el barrunto de un posible vuelco electoral quieren cerrar a toda costa el proceso de renovación del CGPJ con la vista puesta en la posterior elección de los dos magistrados de tendencia progresista que pueden situar en el Tribunal Constitucional. También delató intranquilidad la ministra de Hacienda cuando en pleno debate del proyecto de Presupuestos soltó la liebre de la modificación del Código Penal para rebajar las penas del delito de sedición. Tenía amarrado el apoyo de ERC, el PNV y Bildu, pero Pedro Sánchez, aunque estaba de viaje en Suráfrica, quería asegurar que los socios de la moción de censura e investidura llegado el caso repetirían la jugada apoyando su continuidad al frente del Gobierno.

De esa intranquilidad bebe también la campaña de derribo que arrecia contra Alberto Núñez Feijóo. Se diría que en La Moncloa no acaban de creerse los datos de algunas de las últimas encuestas que apuntan una ralentización en el grado de apoyo al PP y, por si acaso, siguen con el fuego graneado. La última tontuna argumental la protagonizó la ministra Isabel Rodríguez al asegurar que con el líder de la oposición «no se puede ni jugar al parchís». Ese es el nivel dialéctico del momento.

Decía Baltasar Gracián que se vive más de oídas que de lo que vemos y que no pocas veces vivimos de la fe ajena. Y en estos días es mucho lo que se escucha en los medios afines al Gobierno hablando de la supuesta merma del llamado ‘efecto Feijóo’. Dicho ruido ambiental podría interpretarse como una consecuencia más de la tensa espera en la que está instalado el conglomerado político ‘sanchista’ a la vista de que cada vez están más cerca las elecciones. De ahí que esté ganando posiciones la intranquilidad porque, aunque parece que va a durar lo propio de una legislatura, la verdad es que esta vez se está haciendo larga.