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Lo último en moda es que los hombres lleven falda. Pero no es nada nuevo. En Grecia ya se llevaba la fustanela, en Malasia el sarong, en el norte de África caftanes y djellabas, en Japón kimonos, en Europa sotanas –entre eclesiásticos–, en Escocia e Irlanda kilts; en Egipto los hombres lucían faldas de lino y los soldados romanos llevaban una faldita muy mona. Jack Lemmon y Tony Curtis se pusieron faldas en Con faldas y a lo loco, la película de Billy Wilder en la que Marilyn Monroe quería pescar a un multimillonario. Ahora la falda para hombres ha aparecido sobre la pasarela. Pero la falda estaba hasta ahora asociada a la mujer. Hace años las faldas eran muy largas, tanto que nuestros abuelos se excitaban con solo verles los tobillos a nuestras abuelas. En los años cincuenta las faldas de las mujeres llegaban hasta la mitad de la pierna, y la que enseñaba las rodillas al sentarse era considerada una mujer de vida disoluta. Eran tiempos difíciles en los que una mujer podía ser devuelta si no se la hallaba virgen en el matrimonio. Tiempos en que nadie devolvía a los hombres por el mismo concepto, antes se les calificaba de muy machotes. Tiempos en los que las cajetillas de tabaco no ponían «fumar mata» y hasta los niños fumaban en las bodas como Humphrey Bogart en las películas. Cuando llegaron los años sesenta las faldas femeninas se fueron acortando; llegó la minifalda y las mujeres ya podían llevar pantalones, prenda que hasta entonces era poco menos que para uso exclusivo de los hombres. Recuerdo que una prima mía que tenía dotes de comedianta se puso en la playa los pantalones de mi tío sobre el bañador y fumaba un cigarrillo de Ideales con un desparpajo que hizo reír a toda la familia. Pero que las mujeres llevaran pantalones y fumaran no tardó en convertirse en algo habitual y ya nadie se reía.
A lo mejor pronto dejará de extrañar a nadie que los hombres lleven falda. No sé si se pondrán minifalda y camisetas ajustadas de tirantes finitos, pero todo puede ser. Hasta que los dos sexos no se distingan en absoluto por el vestuario, sino por la calvicie o las barbas.