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Mi amigo Joaquín, que nació el año antes de empezar la Guerra Civil, tuvo durante muchos años tres trabajos simultáneos: en la Administración por la mañana, por la tarde llevaba las cuentas de una empresa y, por la noche, era el vigilante de un hotel, aquí, en Palma. Era la única forma de sacar adelante a sus cuatro hijos en un mundo de carencias, cuando no miseria, de estrecheces y de hambre. Hoy disfruta de una merecida pensión y una vida apacible. Si no fuera por la maldita ciática, que de vez en cuando le deja postrado, sería un hombre feliz. No sé dónde leí que estaba aumentando en España el número de personas con pluriempleo, algo que parecía impensable en el estado de bienestar que hemos venido disfrutando. Y es que parece que vuelve el pasado para despertarnos del sueño en el que nos habíamos sumido, creyendo que solo por nacer nos merecíamos todo tipo de bienes y derechos.

Hemos entrado en un periodo de escasez y sufrimos el racionamiento de la energía, del agua y hasta de los cubitos de hielo... Cuántos cortes de agua y de luz vivió Joaquín en sus años mozos, y ya de adulto, que le dejaban a medias y a oscuras cuando escuchaba por la radio el programa de Pepe Iglesias, El Zorro, o le obligaban a llenar el barreño de agua para que su familia tuviera con que lavarse y cocinar al día siguiente.

Tardó en conocer la nevera. Al principio, en su casa tenían una fresquera en la ventana que daba al patio interior para que le diera el aire a ciertos alimentos. Más tarde fue sustituida por una nevera de hielo, que lo suministraba un hombre que clavaba un garfio a una barra de hielo, se la cargaba al hombro e iba repartiendo trozos por los pisos. La nevera eléctrica y el televisor no llegaron hasta bien entrados los sesenta, pagados a plazos con letras de cambio, pues priorizó dar estudios a sus hijos al disfrute de lo que entonces eran considerados lujos.

Si seguimos por este camino, descubriremos que el mundo no va siempre hacia adelante sino que, a veces, vuelve atrás, y este invierno resucitaremos el brasero y la mesa camilla. Desde bien temprano se preparaba con carbón de cisco y soplillo para que durara encendido hasta la noche. Bajo las faldas de la mesa camilla los jóvenes hacían manitas y los más atrevidos le metían mano a la prima. Inocentes escarceos en aquella época de represión sexual.

Como si fuera una maldición del vituperado Caudillo, nos ha caído encima una pertinaz sequía que nos hace recordar las de aquellos años cuarenta, que aquél palió con grandes embalses, hoy descuidados. Ahora se agravan las consecuencias porque fuimos incapaces de llevar adelante las necesarias políticas de trasvases, dado que las taifas no querían que prosperasen las otras –como ocurrió con el trasvase del Ebro al que se negó Maragall cuando nos lo pagaba Europa- y prefirieron que el agua se perdiera en el mar antes de que la aprovechase otro.

Otra cosa que nos lleva a recordar aquel pasado es la multiplicación de comedores de Cáritas, labor que por aquel entonces cumplían las chicas de Auxilio Social. La inflación ha revivido al zapatero remendón y los hermanos pequeños vuelven a aprovechar la ropa de los mayores; y el precio de la luz a que la gente se meta en el cine o El Corte Inglés para no pasar calor. Hasta al fútbol ha llegado la penuria, se están empezando a hacer, como entonces, gradas en los estadios para estar de pie. Incluso los pinchazos que sufren ahora las mujeres tienen su correspondencia, en el pinchazo con que ellas, en aquellos tiempos del racionamiento, alejaban a los abusadores en el metro o el tranvía armadas con un alfiler.

Se nos aparece un mundo que no es tan seguro como creíamos y donde nada de lo que pensábamos que teníamos derecho a disfrutar es gratis. La pandemia, las crisis económicas, las guerras, el volcán, la Filomena, la sequía, los incendios destructores, la inflación… que nuestros próceres atribuyen al cambio climático y a Putin, no son más que los síntomas de la decadencia de Occidente de la que nos advirtió Spengler. Después de pasar por las etapas de Juventud, Crecimiento y Florecimiento hemos entrado de plano en la de Decadencia, como el ciclo vital de un ser vivo, como mi amigo Joaquín, que desea morir antes de que le vuelvan a salir sabañones y de tener que comer boniatos.