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Un asunto como el del giro copernicano de España en relación con el Sahara, para dar satisfacción al monarca marroquí, no puede despacharse con las meras declaraciones de los ministros de la Presidencia y de Exteriores, asegurando que todo se ha hecho bien, que se consultó este paso con Argelia y que todo va a redundar en una situación mejor y más clara con nuestros vecinos del norte de África. De momento, Argelia está hecha un basilisco, mientras que la embajadora alauita, Karima Benaich, va a regresar tras una larga ausencia. Esperamos las explicaciones de Pedro Sánchez, que tienen que llegar esta misma semana. Y las dará, dicen. Otra cosa es que sean convincentes. El presidente tiene varias oportunidades para narrar a los españoles lo que ha ocurrido. Por qué la urgencia de enviar una carta a Mohamed VI allanándose a sus pretensiones en la ex colonia española y si de veras se consultó o no, y en qué términos, con Argel lo que se pensaba hacer para ganarse al siempre incómodo Marruecos. El ministro de Exteriores, José Manuel Albares, asegura que se consultó con las autoridades argelinas, dando a entender que ellas permitirían este giro diplomático español.

Pero Argelia lo niega, ha llamado a consultas a su embajador Said Moussa y a saber qué muestras dará ahora nuestro segundo proveedor mundial de gas de su enfado. Tiendo a creer que todo es una sobreactuación y que no me equivoqué del todo cuando pensé que el obligado gesto amistoso hacia Rabat era un acierto. Ojalá todo se quede en la política de gestos, para que luego nada ocurra, pero, eso sí, quedando bien cara a la galería.

Me resultaría impensable que España, país serio pese a todo, hubiese dado un paso como el de admitir el estatus de ‘autonomía’ para el Sahara, cumplimentando así los deseos del monarca casi absoluto alauí, sin haber obtenido alguna clase de luz verde, al menos un ‘sí, pero...’ del veterano presidente de Argelia, Abdelmadjid Tebboune, con quien las relaciones parecían, hasta anteayer, excelentes.