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No crean ustedes que es mi deseo abordar esta cuestión desde ningún tipo de atalaya moral, ética o científica, como diría mi admirado y querido Dr. Alarcón; no vengo aquí imbuido de conocimiento a impartir cátedra. Mi objetivo es más metafísico, si me permiten el atrevimiento, me gustaría brindarme una serie de consejos. Si, leen ustedes bien, ofrecerme consejo a mí mismo, tranquilos no me ha fallado la medicación; simplemente quiero creer en la magia de la imprenta y del papel reciclado. Algo de mágico tienen las rotativas de los diarios, y quizás dentro de ese embrujo se pueda remitir a lo largo del tiempo y el espacio unos consejos a un joven estudiante.

Estimado yo, lo primero que te quiero decir es que tu yo individual no existe, la idea que tienes de ti mismo es solo una ilusión que no se corresponde con la realidad, ya lo aprenderás cuando te pique la inquietud por el budismo, partiendo de esa base, todo es posible. En el ejercicio de la abogacía (cualquier profesión colegiada) te encontrarás con dos tipos de personas, compañeros y colegiados. No los confundas, visten la misma toga. Los primeros son verdaderos tesoros, personas éticas, empáticas, individuos que te harán crecer personal y profesionalmente, de los que aprenderás cada día, anclas morales a los que podrás ‘hacer firme’, ante una duda, un problema o un conflicto; aférrate a ellos, son pocos, pero brillan.

Los colegiados son seres infelices, están en la profesión por motivaciones espurias, no tienen brújula, su afán no es mejorar las cosas, no disfrutan con los éxitos de compañeros, se regocijan en la envidia, la crítica, la mofa y la falsa adulación. Cuídate de ellos, aún no han entendido que ser colegiado es una obligación legal, pero que ese número no te convierte en un compañero. Alégrate de los avances, los éxitos y los aciertos de los compañeros y de los colegiados, sus logros en cierta medida también son tuyos, porque dignifican tu profesión, sigue tu senda sin mirar a nadie, te criticarán, te intentarán frenar, copiar o incluso detener, déjales que ellos hagan su camino, no pierdas de vista el objetivo; te vas a equivocar, pero de esos errores sacarás las mejores lecciones; por último, como en toda película que se precie, recuerda ni el malo es tan malo, ni el buen tan puro. Así que no juzgues, confía y disfruta del camino. Y por Dios, si te llega esto antes del febrero de 2004, invierte en Facebook.