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Bill y Melinda han decidido divorciarse, algo que en nada se sale de lo común puesto que el divorcio aun sin nombrarlo y hasta fingiendo ignorar su presencia siempre puede ser considerado un miembro más en el hogar conyugal. Así pues, lo normal en estos casos es que familiares y allegados, amén de expresar su pesar conforme a a caracteres propios, especulen acerca de las razones que han conducido a la ruptura de la pareja, sin más florituras aunque con algún cotilleo. Pero, pero, cuando se trata de Bill y Melinda Gates, el divorcio es susceptible de alcanzar dimensiones tales que la pareja se siente obligada a dar explicaciones. Y ahí está lo malo, ya que lo de airear sentimientos privados en público es propio de gente poco instruida, y del multimillonario matrimonio se debía esperar un educado silencio al respecto. Por otra parte, si las explicaciones no consisten más que en unos convencionalismos, incapaces incluso de satisfacer a los menos exigentes chafarderos, aquí empieza lo peor. Bill y Melinda llevaban 27 años casados y llegado el momento del divorcio suscribir un comunicado de una melifluidad que hasta lo hubiera suscrito toda una Doris Day , parece como de otra época. A los Gates se les calcula un patrimonio neto de 108.000 millones de euros. También es conocida su inversión en filantrópicas empresas. Excelente, que disfruten de ambas cosas, fortuna y satisfacción filantrópica, repartidas como mejor les parezca. Pero cabe preguntarse qué necesidad tenían de dar innecesarias explicaciones que por si fuera poco resultan de lo más ñoñas. Joder, actualmente ni los multimillonarios son lo que eran, y en lugar de blindar su vida privada hurtándola al público, como era costumbre, le invitan a entrar en sus vidas.