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El rey no hace ni –casi- dice nada que no esté refrendado por el gobierno. Por tanto sus discursos anuales en ocasión de las fiestas de invierno son tan vacuos como es de esperar. Sin embargo los medios de comunicación y los partidos políticos analizan y comentan estos discursos como si tuvieran gran importancia. ¿Importancia para qué o quién? ¿Alguien se acuerda de lo que dijo hace tres años, dos o el pasado? Naturalmente que no. Es más: ¿alguien recuerda lo que dijo el pasado 24 de diciembre? No. Al cabo de dos días nadie se acuerda. Pero año tras año la tradición impone que suplamos la falta de noticias, por el asueto festivo, con el discurso de circunstancias que nos endosa. Es lo que tiene una monarquía. Que no pinta nada, que no aspira a nada más que a mantenerse y que por tanto dice mucho para no decir nada. Al menos el discurso de un presidente republicano tiene personalidad.